Es corriente el caso del separado o separada que se lanza a los bares en busca de sexo y conquistas, buscando una especie de felicidad extrema. Tanto aquellos como aquellas, despreciados, traicionados o bien al contrario, hartos del otro, encuentran en la calle el nuevo regazo acogedor que suple al hogar. En él se busca el nuevo bienestar. La libertad, palabra mítica, oculta y disimula la triste soledad. Sustituye en valores al salón de casa. Pero también hay despecho, deseo de venganza. Buscando aventuras sexuales tras la ruptura se ajustan cuentas. «La ex» ha pasado a ser el rival fantasma al que se intenta cobrar deudas, aunque no esté presente. Esos locos affaires, cuando uno está casado, son simples desahogos de encierro sin rencor, canas al aire, pero si se dan tras el divorcio son rabiosa competición en el aire.
Es importante cómo te ven los demás tras el divorcio.
El alegre divorciado imagina que anonada a los demás. Se enorgullece de las marcas vampíricas de la noche. Importa contar los éxitos sexuales, aunque sea a extraños, porque así uno hace balance en la cuenta bancaria de su autoestima, aunque sea a beneficio de inventario. Sobre todo si eres la víctima, las muescas en la culata importan porque son prueba de que «la ex» sale perdiendo, recibe unos cuernos póstumos y, además, la separación no duele, tal como pretendió. Se demuestra uno a sí mismo que «la ex» sólo inspira indiferencia. Ella pierde. De eso quiere informar tanta alegría exagerada, tanta felicidad extrema. Pero esta vorágine se ejercita con una felicidad extrema que se parece más a una rabieta desorientada. Por eso se es brutal y alocado, y se alardea de inconsciencia y resistencia al alcohol y al sueño. Es una felicidad similar a la de los jóvenes cuyo vacío interior les conduce a entregarse a mil locuras. Porque hay felicidades que ocultan, en sí mismas, un gran infelicidad.
Publicado en prensa de papel (La Voz del Tajo- Talavera de la Reina) el 24 de abril de 2014)
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