Lo más terrible de lo qué ha pasado en Cataluña, es ver lo fácil que es enfadar a un pueblo.
Un político es capaz de cabrear a todo un país con una independencia, un problema que no existe o un osito de peluche. Basta manipularlos. Y los más manipulados son quienes más convencidos están de cualquier cosa. Todo lo que se diga a favor de eso, lo creerán, aunque sea falso, porque deriva de “eso”.
Ahora ha sido la independencia ¿y mañana? ¿Una bandera republicana, española, con aguilucho, sin aguilucho, con toro, sin toro, la caza de pokemons o el churro porra madrileño contra el tejeringo de Málaga? Lo que quieran. Tienen la propaganda.
Manipulación es encontrar un enemigo y odiarle.
Guerras, lindes, pressing catch de cuñados, todo es odiar.
No, no se moleste. No hay posibilidad de acercamiento. Si intenta matizar, sólo conseguirá convertirse en enemigo. Si no opinas igual, serás más malo que el pingüino de Batman.
Contra quien odia no hay diálogo.
La manipulación es como una droga y el odio envicia más que Juego de Tronos o las lentejas con chorizo. El odio te convence de que el otro es un animal a exterminar. El odio no se cura. Con el odio, tienes razón y “tener razón” aumenta tu odio. Ambas pasiones se retroalimentan. Qué fácil es enfadar a un pueblo porque…
El que odia nunca se verá así mismo manipulado porque su verdad es razonable, bondadosa, incontestable. Él es el bueno así que los otros son los malos. El que odia ha simplificado la realidad para hacerla manejable.
Solo así puede sentirse orgullosos de ella y con este truco, si venden calzoncillos de esparto solo notan el frescor salvaje de FA. Hazle creer que tiene razón y le tendrás en tu puño o en tu mano.
Odio, verdad absoluta, enemigo despreciable, simplificación, eso contiene la cesta de serpientes de la manipulación de la que sólo puedes sacar veneno. Qué fácil es enfadar a un pueblo.
(También publicado en prensa papel, La Voz del Tajo, 27 de octubre 2017)
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