Venga, vamos a psicoanalizarnos. Pero quitémonos de en medio primero. ¡Nuestro vecino es el morboso!
Ay, que no quiero yo recordar otros acontecimientos. Esa sensación de estar al borde del fin de todo. ¿Que no lo han palpado? No digo usted, su vecino. Puigdemont se iba a cargar Cataluña el lunes… ¿Que será el lunes? ¡El jueves! Ponías la radio y a ver. ¡Mañana, será mañana! Te acostabas y antes de poner la cafetera, ¡zas!, los domadores de noticias te regalaban otro día de morbo. ¿Que el rey habla?, ¡más morbo! Ay, ay.
Son como los azucarillos para los caballos.
Uno llega a pensar que la prensa y el sistema vive de acojonarnos, porque así apreciamos lo que tenemos.
Porque quien regala miedo, vende seguridad.
Un Halloween distinto cada mes: ébola, vacas locas… ¿que no se acuerdan del ébola? No, según nos aterrorizamos, nos olvidamos. ¿El tercer mundo? No mola, queremos desgracias de aquí, como cuando te montabas en el barco pirata. (Huy, qué antiguo, si ahora tenemos el Flip Fly y las trituradoras de adolescentes, que parece que les meten en una thermomix). Pues eso. Mola ver a los independentistas manifestándose desde la Plaza de Cataluña hasta la Font de la Portaferrisa y el Piolin esperándoles. Verás tú, ahora sacan la butifarra a pasear y se arma una esqueixada de bacallá que no veas.
Uno se está duchando, cierra el grifo y ¡a ver! Nuestra vida era aburrida desde lo del Bat… ¡eh, no!, que aquello fue muy triste. ¡Qué vergüenza que mi vecino disfrute con tales desgracias! Pero es que con las malas películas que echan, ya no mola ni Masterchef… Emociones de pacotilla. Así que los noticieros y la política toman el relevo. Que aprendan a escribir guiones.
Es muy triste que… ¡calla!, ¿que le van a meter en la cárcel a Puigdemont? Apaga el Sálvame, a ver qué dice.
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