Fue como sacado de una película de Berlanga. Y es que no hay nada más español que una cacerolada nocturna bajo el balcón de la Guardia Civil y que el sargento se asome a cantarte un fandango. Si esto no es España, a ver qué. Y ocurrió en Cataluña.
En ningún otro país, acaso Italia, se da. Y es que el más rancio español, de vez en cuando saca a relucir esa mezcla de astracán, tragedia lorquiana y paseíllo de torero y eso fue el referéndum. Y esa la independencia.
Independencia catalana… Porque la intención de fondo era otra. Tapar mierda.
Cuando tu partido va de puñetera pena, está hasta arriba de corrupción y deudas y peligra el pacto frankenstein de derecha burguesa catalana con izquierda radical anarquista, se necesita una idea simple que distraiga. Y si la realidad va mal, los asesores de imagen aconsejan reducirlo todo a una idiotez sencilla cuanto antes, y venderla con odio al primer tonto que pase, tonto de pueblo que apartará la vista de lo que importa para fijarse en la sombra y el monigote.
Es un fenómeno psicológico. El cerebro reduce ideas. La vecina del tercero es “cotilla”. Tu cuñado de Galicia, “un pringado”. No hay más, no valoramos otras cosas ni en vecinas ni en cuñados. Simplificamos para no pensar. En política igual. Es más cómodo el simplismo que pensar. “¡Facha!”, “¡rojo!”, “¡corrupto!”, “¡nazi!”, “¡exaltao!”…
Independencia catalana… Puigdemont vende independencia para distraer. Podría hablar de su nefasta gestión económica de un partido que se ha pasado treinta años robando, pero prefiere ocultarlo haciendo que la mente del pardillo se caliente. Y cuanto menos sabes pensar, más entras al trapo del odio y la rabia contra lo que sea.
Independencia catalana… Y para que no nos auditen, nos hacemos los marginados, ondeamos la señera y buscamos un enemigo. Y el PP es mejor que Luis Tosar haciendo de malo, se le da de perlas.
(También publicado en prensa papel La Voz del Tajo 6 de octubre de 2017)
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