Al principio de la democracia, incluso años antes, la moral social pregonaba que los rojos eran unos criminales, ingenuos patéticos, medio hippies, desagradecidos con lo que sus padres y Franco hicieron por ellos. El juego del verano era tantear al sospechoso.
Con patético ingenio, unos fachas pardillos se hacían pasar por rojos. El rojo les miraba con cara de circunstancias, porque eran torpes incluso en esto.
Cuando no miraba, se daban codazos. “Verás de qué pie cojea”. “Será de la cáscara amarga”.
A veces lograban ponerle entre la espada y la pared. Le preguntaban. Si callaba, confirmaba su “rojerío”. Para ser aceptado, debía mentir y los fachas se descojonaban cuando se cagaba en los pantalones. Si hablaba claro, llegaba el ensañamiento de monos. El “rojo” se “justificaba”, pero te aplastaban sin dejarte matizar, con blancos y negros de buenos y malos. “Si no eres de los nuestros, estás contra nosotros”. Y le acusaban de aplaudir a aquellos traidores a España que provocaron una guerra. Y según qué profesión tuvieras, te podían hundir.
Un actor no podía decir que era rojo si quería que Cifesa le contratara. Tenías la sensación de que todo el mundo era facha. Cuando la moral social convence al pueblo de algo, esa verdad es incontestable y ciega, no hay modo de relativizarla ni cambiarla.
Roberto Gómez (Carlos Alcántara) incendia las redes porque ha sugerido que existe la remota posibilidad de que existan uno o dos perversos actores de derechas pero se callan para ser contratados. Pasa lo mismo que hace cuarenta años. Vuelvo a presenciar, ahora al revés, las mismas escenas. Los mismos aires, socarronería y mala leche, pero ahora tanteando si eres del PP. Si te alejas un centímetro de la izquierda, apoyas a los corruptos. Y, por su puesto, hoy no puedes decir que eres de derechas si acaso lo eres.
Dictadores fachas o rojos, elija usted. Se creen en posesión de la verdad, aplastan y ridiculizan. No es política, es cuestión de personas. Incluso creo que son los mismos.
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