Imagino que habrá muchas más, pero cuando se habla de odio, no siempre se odia de la misma manera. Veamos algunas.
ODIO POR ENVIDIA.
Se manifiesta con la indiferencia. Ante los éxitos ajenos, nos encogemos de hombros, fingimos ignorarlos. Ah, no tenía noticia. De todas formas, no vale mucho ese premio ¿no? Le restamos mérito. Será un enchufado, el jurado estará comprado, un premio político, acertó por casualidad, se habrán presentado mindundis… y señalamos fracasos antiguos del triunfador. El caso es no reconocer el mérito ajeno. Sentiríamos que somos inferiores. Ya no te digo si nosotros competimos en ese mismo certamen.
A la inversa, la vanagloria del triunfador que manifiesta indiferencia ante el perdedor o falsa humildad, es un odio enmascarado.
ODIO POR IDEAS.
Puede que usted piense que la ideología contraria tiene la culpa de la injusticia social. El partido rival está lleno de gente mala. Es un odio impersonal y atribuye delitos no cometidos. No se quieren escuchar explicaciones. Simplemente, por pensar diferente, se rechaza. Es igual que la xenofobia, el racismo, el machismo o el feminismo, es el odio al diferente, ciego, irracional, visceral, sentimental. Quien quiera saber que siente un racista, que analice lo que él mismo siente cuando ve al líder del partido enemigo.
EL ODIO POR AMOR.
No sólo son mujeres despechadas u hombres abandonados que odian lo que no pueden tener. Se da en la familia, cuando se marcha un miembro de casa. Es el síndrome Montescos y Capuletos. Unas veces es más visceral, otras menos. Se reprime por compromiso, pero subyace. Se desprecia a la familia advenediza. Se refuerzan rituales del clan propio. Es un odio genético que suele manifestarse en el ninguneo, ridiculización, desvaloración del pájaro que voló. Se le exige que demuestre cercanía a su familia de origen, al modo de la mafia. La familia ajena es mala. Se subrayan sus defectos y se mitifica el núcleo social propio. El odio por despecho amoroso le puede suceder a hermanos, patriarcas… pero suele ser común en las madres.
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