Ustedes habrán visto en alguna ocasión a gente confundida o confundiendo. ¿De verdad son así de torpes expresándose? El caso es que tía Felisa viene a casa por Navidad y, de repente, Juan lanza cien mil datos, excusas, teorías para que Felisa no venga, a cual más peregrino: A Felisa no le gusta el pescado, al abuelo no le gusta el pueblo, y esa familia anda descabalada, la sobrina ha metido mano a la cartilla, Luis aborrece conducir de noche, y tía Felisa con Luis en realidad no le gusta el marisco y a Felisa con el abuelo que habla por la noche y grita y el pueblo si le gusta pero el pescado de Luis, que viene con el coche de Felisa pues….
¡a embarullar adrede se ha dicho!
Juan dice frases a medias, mezcla, se inventa cosas. Procura confundir los datos porque la intención última es que Felisa no venga.
Se expresa mal por miedo. A Felisa hay que atenderla, menudo embolao. O también por odio. Le cae mal Felisa y su familia y se inventa sentimientos, maldades, defectos inexistentes.
Yo he visto embarullar adrede a fruteros, publicistas, amigos, rivales… He visto a empleados de banca mezclando cuotas a interés variable con depósitos de cobertura sin riesgos de liquidez en la cotización para clavarte cláusulas suelo o preferentes o la mandanga por la que cobran comisión. O a vendedores de zapatos confundiendo modelos y calidades para librarse del excedente de temporada.
Frases a medias, datos cambiados, cuestiones en el aire por miedo a que nos pase algo, a comernos marrones, por ambición, para salvar el culo, para vender, para ganar, por odio. Hacemos picadillo una realidad y la revolvemos. Provocamos malentendidos, usamos vocablos inespecíficos, construimos frases incorrectas con la esperanza de que pasen desapercibidas, para que nos entiendan otra cosa y justificar que no lo dijimos. Para no hacer, hacer, rectificar o no tener pagar el peaje de nuestras propias afirmaciones.
(También publicado en prensa papel La Voz del Tajo de Talavera de la Reina 15 de diciembre de 2017)
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