En una España radicalizada dónde el pensamiento es cada vez menos sutil, menos matizado, donde las ideas son cada vez más gruesas y brutas, con blancos y negros, sin grises, con malos y buenos, compruebo que, cuanto más fanático es tu interlocutor, menos escucha y menos capacidad tiene para entender lo que le dices. Pondría aquí alguna que otra conversación por Facebook con estos radicales o simples tontos del culo para demostrarlo.
Es alucinante el modo en que se aferran a una palabra, la sacan del contexto y elaboran otro discurso completamente diferente.
Y es más alucinante aún el modo en que te atribuyen cosas que no has dicho. Dices «hola qué tal» y ellos entienden que «te gusta que Ketama», y te largan una invectiva contra el flamenco. Pero no es tan chusca la cosa, es más seria. Una alusión al beefeater y te crucifican por fascista. Te compras un flexo para el despacho y acabas defendiendo a las ballenas. Así son sus capacidades de relación. Dices que fulano está «alunado» y te echan un discurso sobre la farsa de Armstrong y Collins. Toman el rábano por las hojas con una tranquilidad pasmosa. Son hiperactivos con déficit de atención además de viscerales. Uno es amable por principio pero alucino. La conversación es imposible. Lo entienden todo por la bragueta de los gigantones y acabas en una conversación de besugos. El nivel de raciocinio, la capacidad para enlazar sujeto, verbo y complemento, no digamos para expresarlo, está bajo mínimos. Escribes un artículo sobre setas, y alguien te comenta lo malo que es el alcoholismo. Comentas sobre globos y salta el sordo contestado lo de su alicatao del piso… Y así.
Publicado en prensa de papel (La Voz del Tajo- Talavera de la Reina) el 5 de abril de 2016)
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