Actores cancelados.
Los recientes sucesos acaecidos a raíz de cierta actriz y cantante, famosa por pertenecer al elenco de una conocida serie, ha suscitado la polémica. ¿No solo los actores, sino también los músicos y artistas de todo género, sobre todo pensadores, filósofos y escritores “pueden” o incluso “deben” significarse políticamente?
Parece que fuera propio de la profesión de artista aquello de “mostrarse a favor de una ideología determinada”. Si no lo hicieran, sería como quitarles la otra cualidad inherente al arte, que consiste en pringarse, en comprometer o al menos “reflexionar” acerca de las ideas para mejorar el mundo. Parece como si el arte tuviera que estar a disposición de tal objetivo. Como si “comprometerse” fuera una obligación por el hecho de ser artista. Pero, ¿y si sólo es un acto de voluntad? ¿Y si no es obligatorio confesar tu postura? ¿Qué consecuencias trae hablar o callarse? Sobre ello habría mucho que decir. Pues comencemos a decirlo. Actores cancelados.
ESTÉTICA, POLÍTICA E IDEOLOGÍA EN EL SIGLO XXI. Actores cancelados.
Dada la moda tan actual de la cancelación, donde si un artista se manifiesta políticamente puede acabar sentenciado y ejecutado en las redes sociales, o acaso despedido por las empresas, cabe preguntarse si condenar al ostracismo a un artista que se “ha metido” en política está bien.
Queda claro que lo más conveniente es callarse. Pero, ¿puede uno callarse? ¿Está permitido ejercer tu constitucional derecho a guardar silencio? ¿No será un acto de tibieza, o de cobardía, y lo ocultas porque tal vez piensas “lo incorrecto”, lo “censurable”, lo “prohibido” y “condenable”? Mantenerse al margen de la política, ¿es posible? Porque el mercado puede condenarte, y también la ideología contraria. Es la gente y el mercado quien puede acabar contigo, si lo que dices molesta. Pero, ¿a quién molesta?
INCLUSO PERDER CONTRATOS PARA PELÍCULAS Y SERIES. Actores cancelados.
No hay pruebas de ello, porque el mercado procura que no las haya, pero todos sabemos que si te posicionas hacia un lado puedes conseguir contratos y si te posiciones hacia el otro, no. Eso depende de que le resultes agradable al director y formes camarilla con tus compañeros. O no.
Si te posicionas “hacia el otro lado”, el lado “incorrecto”, no suena tu teléfono. Prefieren llamar a uno que sea más afín con las ideas políticas del productor o el director. Actores cancelados.
No hay nada que demuestre que esto sea así, pero sucede. Simplemente no te llaman. La cancelación no existe, nosotros no cancelamos, dicen los de una ideología. Sí, igual que el despido no existe, pero existe la “no renovación del contrato”. Y todos sabemos en qué lado de la política debes posicionarte para que te llamen y en qué lado no conviene. Actores cancelados.
ESCLAVITUD.
En efecto, resulta muy difícil contratar a una persona que “piensa de forma diferente”. Pero revela nuestra incapacidad para admitir al diferente y nuestra falta de ductilidad mental. Y nos resulta difícil tratándose de política porque la política parece ser lo más importante hoy día y eso, a su vez, es síntoma de nuestra escasa inteligencia y nuestro gregarismo respecto a los odios que nos imponen desde el poder. Nos dicen que tenemos que odiar, en que tenemos que fijarnos, y eso nos convierte en esclavos.
LO QUE PIENSA EL DIRECTOR Y EL PRODUCTOR.
Pero es el caso, que vas a establecer una relación con esa persona y, aunque no habléis de política, resulta complicado tomarse un café con ella en los descansos o irse de fiesta también con ella cuando concluye el rodaje. Con alguien que vota a un partido distinto al tuyo, principal cuestión por encima de cualquier otra, a valorar. Prefieres contratar a otro que se haya posicionado en el mismo sentido ideológico, porque así las conversaciones son más agradables y no se producen tensiones en el elenco. Conversaciones muy limitadas, está claro. Pero ¿ése es suficiente motivo para quedarte en el paro? ¿Y sólo por cuestiones políticas?
POLÍTICA, POLÍTICA, POLÍTICA. Actores cancelados.
Y es que la política ha invadido de tal manera nuestro pensamiento y nuestros corazones que lo condiciona todo. Todo se mide por la vara de medir que la política ha impuesto al ciudadano medio. El ciudadano medio, y también el alto y el bajo, y el actor, y el pintor, y el músico, que en teoría no tiene ataduras, se halla esclavizado, sodomizado y sometido a lo que dicta el parlamento, los partidos y sus intereses creados, en todo lugar y en todo tiempo. No existen buenos o malos actores. Tampoco buenas o malas personas. Existen rojos o fachas. Y eso es mucho más importante que la calidad y el resultado estético del artista en cuestión. Más importante que la persona, su buena intención o su bondad o maldad.
EL ARTISTA, CRUCIFICADO. Actores cancelados.
Y respecto al artista, está sometido a una inevitable presencia en los medios. Tiene una imagen pública que defender y esa imagen está condicionada por lo que dice, siempre que tenga relación con la política, y por lo que vota; por la opinión que lanza, a veces sin quererlo, sobre uno u otro tema, con la mayor ingenuidad. Muchos actores, muchas veces con la mejor de las voluntades, han manifestado en alguna ocasión su opinión.
En principio, el propio actor consideraba que esa opinión era blanca, que no tenía ninguna intención; era razonable; ni siquiera lo consideraban “una opinión”, pero los inquisidores de las redes de uno y otro bando le han acusado de esto o aquello o le han exigido que se posicione. Y en la aclaración lleva la penitencia. Porque esos inquisidores no dejan ningún resquicio para que el actor que ha opinado se salve.
Ninguna opción para el matiz. Los inquisidores se agarran a la más pequeña duda, a la falla más inverosímil, que incluso el propio actor no se esperaba, para crucificarle. Y si tiene mala suerte, puede acabar crucificado por completo. Así que más vale que no se signifique.
YO TE PEGO, TÚ ME PEGAS.
Y es que hemos llegado a un punto en que, si una ideología cancela a los actores de otra ideología, los de la otra hacen lo mismo, o al menos lo intentan, y todo es un triste panorama donde predominan las tortas, sin que cunda la menor cordura. Aquello de que cada uno pueda pensar lo que quiera y manifestar lo que se le antoje queda para otros países más civilizados. Para las democracias. Nosotros no. Nosotros no somos una democracia. Nosotros a lo nuestro. A cancelar. Actores cancelados.
Hemos instituido las bofetadas por decreto y ya no nos importa lo que ese pintor pinta, lo que ese actor interpreta o lo que ese músico compone. Al final, lo que importa es si votas al PP o al PSOE. O peor aún, si votas a VOX o a Bildu. Eso importa y no otra cosa. O si tu opinión tiene un color determinado, aunque no digas a quién votas.
LA OPCIÓN DEL ACTOR. Actores cancelados.
Queda en manos de actor considerar si es justo o no que esto ocurra. Si quiere someterse a las reglas del mercado o a la empatía de otros actores que puedan no contratarle. Si quiere hacer declaraciones o no, a la hora de opinar o decir a quién vota en unas elecciones o a la hora de emitir su convencimiento respecto a un acontecimiento socio político concreto. Queda en manos de cada actor hacer lo que le venga en gana. Lo que más le convenga. Y hablará, en todo caso, si piensa que es injusto que se le condene por haber dicho esto o aquello. Pero tal vez sea más prudente agachar las orejas para poder comer. Sabiendo que incluso no opinar puede ser objeto de una cancelación. Actores cancelados.
Porque, para su desgracia, vive y trabaja en España y aquí las cosas funcionan así. Aunque dudaría yo de que en otros países funcionara de distinta manera.
ACTORES, ESCRITORES, MÚSICOS, POETAS, ESCULTORES, NOVELISTAS… Actores cancelados.
El caso es que no es lo mismo ser un actor que ser un escritor, por ejemplo. Un músico, un pintor, un escultor, o como digo, un actor puede prescindir de dar su opinión política y elegir mantenerse al margen. No le cuesta nada, lo tiene excusado. Se somete a que falta libertad y sobra represión en España, pero qué le vamos a hacer. Aunque, en una de estas, un descuido le puede condenar. Una palabra impropiamente dicha en un lugar inadecuado o la visita a un programa donde no conviene acudir y te sacan los colores. La espada de Damocles la tienes encima, incluso para aquellos que son prudentes y miran por su precario trabajo.
EL ESCRITOR. Actores cancelados.
El actor lo tiene más sencillo. Si quiere evitar manifestarse, su profesión no le obliga a hacerlo y las palabras que dice son de otro, del guionista. Los papeles que interpreta son por contrato; él solo pone su rostro y su cuerpo, su interpretación. Aunque por participar en una determinada producción también puedes ser condenado.
Otro caso es el escritor. Porque el propio oficio de escritor te obliga a usar la palabra. Una palabra que es tuya y no procede de lo ajeno, de un libreto o guion. Y tu palabra te puede condenar. Porque vives en España, amigo mío.
Solo a ti te corresponde saber qué ideología profesas y el riesgo que corres a la hora de manifestarla. Porque en España hay una ideología más correcta que otra, y la correcta es las de aquellos que creen estar “en el lado bueno de la historia” y tienen el poder para ejercer la opción de condenarte al desprestigio. Porque además hay ideologías más prestigiosas que otras. Así que tú verás lo que te haces también, si eres escritor.
CASO DE REVERTE.
Claro que también puedes hacer como Arturo Pérez Reverte y arremeter del mismo modo contra los que arremeten contra ti. Es un desgaste que te tiene que compensar, porque te exige un gran esfuerzo de argumentación convincente, un gasto extra de energía inútil que se lo dedicas a gente que no vale la pena, y son muchos los inquisidores y constantes las agresiones en un estado policial como el ideológico español. Actores cancelados.
Lo que sí te digo es que quizá, como le pasa a Reverte, puedas darle la vuelta a la amenaza y a la agresión y hacerlas trabajar a tu favor. Eso depende de ti. Estás en España. Vives en España.
Pero, ¡ay de ti como seas un escritor desconocido o simplemente inferior a Pérez-Reverte! Te van a llevar a llover hostias por todos lados. Y te condenarán a ser un desconocido de por vida. Eso… te lo digo yo.
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