El letrero, bien grande, decía: «pulse el botón negro y saldrán palomitas». No salían. Pero pulsabas el blanco y sí. ¿Botón negro o blanco, qué elige usted? No crea, no es tan fácil. En la vida real no. En la vida real hay quienes ven la ley como el mayor bien y se oponen a que la realidad sea «tan ilegal» mientras otros saben que la teoría es una utopía, un desiderátum, una declaración de intenciones tan solo.
Con las palomitas de una máquina está claro, pero ¿y con las utopías? ¿Nos empecinamos o nos resignamos? ¿Botón blanco o negro? Hay quienes aceptan realidades ingratas. Otros, concienciados, por dignidad, no aprietan ningún botón o aporrean el negro con ira, porque la realidad tiene «la obligación de ser ley». Ley moral, ética, justa o…
Pero vayamos más allá.
Porque luego está esa maravillosa contradicción de quienes pulsan blanco cuando toca sacar palomitas para ellos y negro cuando son «pa ti», demostrando que la máquina no funciona. Son los que predican la ley y hacen trampa.
Hay un peligro tremendo en los legalistas. Tras la ley se esconden los dictadores. Si usted quiere exterminar una población, redacte una ley y luego escóndase tras su letra.
Pero la realidad no son blancos y negros, sino escala de colores y la moderación y el buen criterio debería imponerse a lo escrito, sistemático o antisistema. Los perros del sistema son tan perros como los perros del antisistema. Temo a cualquier perro. Tras sus leyes está su incapacidad para pensar o su astucia interesada. Señor, líbrame de los justos, que de los injustos yo me libraré. Cuando uno se dice a sí mismo «soy justo», no detecta sus contradicciones. Porque la ley siempre es interpretable y ellos juegan a que no. Y pretenden hacerte ver la letra cuando les conviene y el espíritu cuando les sale de la improvisación.
Publicado en prensa de papel (La Voz del Tajo- Talavera de la Reina) el 15 de noviembre de 2016)
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