Realmente, renunciar a algo, abandonar una empresa, aceptar que esto o aquello no funciona, puede entenderse como un síntoma de debilidad. Es algo, en principio, reprochado por la opinión mayoritaria. Las renuncias adquieren siempre la categoría de «error». Pero asumir la renuncia como parte de la elección es, por el contrario, un acto de valentía. De hecho,
hay mayor cobardía en aceptar por miedo que en renunciar contra la opinión mayoritaria. Es más valiente quien se enfrenta a los convencionalismos y a las mayorías. El grupo siempre abogará por «aceptar» como sinónimo de vida, pero ¡cuántas veces, por no atrevernos a renunciar, aceptamos algo en nuestro perjuicio! ¡Cuántas veces, los que aceptan, quisieran rechazar pero no pueden! Se lo impide la masa, que nos convierte en gregarios, en empujados, en individuos sin individualidad y vamos donde no nos corresponde. Es muy común en la adolescencia que una pandilla de niñas o niños acudan donde se aburren por miedo a ser aislados. Van donde está «la vida» aunque no la sientan como «su vida». La verdadera vida, sin embargo, te busca aunque no vayas. Ella te encuentra. Vivir sucede. Pero vivir de verdad no es vivir lo que los demás dicen o «exigen» mayoritariamente, vivir es el acto soberano de hacer según tu voluntad y no la ajena. Ésa es la verdadera vida, la que se disfruta, lo que elegimos, aunque sea meterse a monja, y hay que preguntarse si nos socializamos por voluntad o por exigencias del guión. Debemos preguntarnos si usamos el móvil o el móvil nos usa a nosotros, todo el día doblando la cerviz sobre la pantalla, tecleando en el whatsapp. Y si un día decidimos aislarnos y tenemos el coraje de enfrentarnos a nuestro espejo y decirnos que no pasa nada por hacerlo, entonces seremos verdaderamente libres.
Publicado en prensa de papel (La Voz del Tajo- Talavera de la Reina) el 1 de julio de 2014)
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