Haga usted la prueba. Comente en público algún chascarrillo sobre Alessandro Lequio o Mila Ximénez. Verá que muchos han visto Sálvame y opinan con naturalidad, siempre apostillando que es telebasura, pero la conversación será fluida, no habrá objeciones. Estará usted en la onda.
Ahora diga que está leyendo una novela de Posteguillo. Ya está usted tocando las narices, porque claro, aquí no muchos leen, pero siempre habrá alguno que conozca la última de María Dueñas y como son hábitos socialmente aceptados, bueno, lo dejan estar, tampoco comentan.
Pero si quiere tocar las narices a fondo, diga que se está leyendo a Faulkner, verá lo que sucede.
Primero, levantarán colas de pavo real y oirá cómo el uno se emociona con el Olmo viejo, de Machado, el otro con Serrat y alguno con Antonio Gala. Es a lo más que llegan. Pero, de inmediato, dirán eso del tiempo. ¿Qué es lo del tiempo? Pues que usted tiene tiempo para leer a Faulkner. ¡Ah, usted es un privilegiado, señor mío! ¡¡Su trabajo se lo permite!! Es su forma de reprocharle que usted es un capullo por ponerles en solfa, por tener tiempo. Seguro que desatiende otras obligaciones, eso sugieren. Tienes tiempo ¿y lo empleas en Faulkner? ¿Para humillarnos? Seguro que no ayudas a fregar.
Usted, con su comentario, ha pretendido chulearse, ser superior. A la gente jamás se le ocurrirá reprocharte que no friegas si ves Sálvame o First Dates, pero con Faulkner siempre sucede eso del tiempo. Oh, sólo es un comentario, sobre el mucho tiempo que tienes, sin mala intención. Es que a mí no me da tiempo, sólo digo eso. ¿De dónde lo sacas? Pues de no ver Sálvame, como tú, por ejemplo… Ya, si a mí me gusta leer pero es que llegas tan cansado del curro… que no te vas a liar con Faulkner.
Ya, claro.
(También publicado en prensa de papel La Voz del Tajo de Talavera de la Reina, el 24 de marzo de 2017)
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