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La tía más buena de la clase confesó que no se comía un rosco. ¿Imposible? Tiene su lógica. La respuesta es el mercado. Medimos la realidad como un asunto de oferta y demanda. Los objetos son productos y tienen un precio.
Un ordenador no puede valer un euro, y si vale, será de juguete o estará roto. En consecuencia, jamás nos acercaremos a una tienda con un euro. Es un presupuesto especulativo. Antes de entrar en el supermercado sin tarjeta, usted mira el monedero y si quiere lejía y encuentra veinte euros, entra. A partir de cinco, entra, pero si va a llenar la nevera, no entra con cinco, ni con veinte.
¿Y los deseos?
Aquella chica espectacular no es para usted si usted es bajito, feo, o tiene calva. Usted especula su precio. Calcula que “ella” está diseñada para el musculoso bollicao de la Policía Nacional. Queda fuera de su alcance.
Pero sigamos, ¿y qué pasa con la propia vida? También ajustamos precio y valor. La desconfianza en nosotros mismos aumenta o disminuye el precio a pagar. Luego llega el psicólogo y te dice que debes confiar, sin más, pero pocas veces aborda el escabroso asunto de nuestras capacidades auténticas. ¿Acaso no es una temeridad pretender ganar una carrera siendo cojo? Pero, ¿somos cojos? Y nos volvemos cobardes porque el fracaso reporta grandes desgracias anímicas, hipoteca nuestras fuerzas, nos carga de deudas sentimentales. ¿Nos desvalorizamos? ¿Y si en realidad nos sobrevaloramos? Pero ¿cuál es nuestro valor real?
Para saberlo abrimos nuestro monedero de éxitos y méritos demostrados para ver el saldo. Intentar o no un ligue con la diosa de las opciones vitales es el resultado de hurgar en él. La frase clave es “no sé si tengo”.
Y entonces la paradoja sucede: como nadie le entra a la muchacha, acaba casándose con otro más feo, pero que no eres tú.
Me gusta muchooooo. Ahora la duda es de si mi mujer se casó con el bollicao que esperaba o se conformó con el feo jajajj
Un compi tuyo