Muchas veces se usa la razón como religión, como algo sagrado.

Presencié no hace mucho un rifirrafe entre un coche y una moto en una rotonda. No viene al caso explicarlo, pero la moto llevaba razón. Sí, démosle la razón al Max Max, porque se entenderá mejor lo que quiero decir.
El motero se quedó mirando la conductora bajo su yelmo de easy rider con mala baba. Así indicaba que tenía la razón. Y la tenía, completa, absoluta, indiscutible, inobjetable, de paladín a la taza. Pero incluso en tal caso, ¿a qué se debe tal suspicacia virulenta, dícese mosqueo del copón bendito?
Se debe a que el español anda fascinado por el lustre que da tener razón.

Hemos encumbrado la razón como valor supremo sobre la amistad, la bondad o cualquier otro. La razón como religión.

Y el español anda amartelado con su razón, la hace muequitas y arrullos de tórtolo. La ejercita con ira. Con la razón no busca la verdad, busca el poder. Incluso recicla cualquier realidad al asunto de tener razón. Si compra chuches a su cría, discutirá con la niña, con la kiosquera o con un perro que pase, argumentando hasta con el chucho.
Hay otros modos razonar, civilizado, comprendiendo, ayudando.

En España creemos recibir un trofeo de hierro resulfurado cuando tenemos razón, para dar cacharrazos al contrario. Ponemos muecas, adoctrinamos. Usamos la razón como religión. Nos quedamos con la mirada petrificada para provocar humillación, para que nuestra postura gélida nos presente como seres divinos. Y el error ajeno es tan incalculable que cae de lleno en la negligencia culpable.
El Ángel Nieto nunca cometería tal error en la rotonda, por eso se permite el lujo de perdonar la vida a sor Citroën. Porque en España tener razón no es un medio, sino un arma, un fin, un acto de fuerza contra el enemigo. Agresivos, prepotentes, tener razón nos da la oportunidad de prevalecer, hundir, demostrar al mundo y a nuestro espejo que somos superiores.

También publicado en prensa local edición papel La Voz del Tajo de Talavera de la Reina 9 de febrero de 2018

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