Vivimos en un tiempo radical. La lucha entre ideologías plantea la diferencia de opiniones como una guerra brutal donde el que no opina como tú es porque miente miserablemente. La opinión opuesta siempre es maligna. El diferente, miente con conocimiento de causa, con saña, para destruir, para hacerse con el poder, para enriquecerse o cosas peores.
Pero la mayoría de quienes opinan diferente no lo hacen por maldad, sino por honesta convicción. Porque hay dos tipos de opiniones: la mentira rastrera y la convicción honesta que para nosotros pueda ser errónea. Una mentira honesta. Sin embargo, hoy todo lo que no sea “nuestra opinión”, es maldad. No contemplamos la posibilidad de “error” de buena fe. Que no haya intención de engañar. Que sea para ti mentira pero que él se lo crea.
No entendemos que pueda ser una mentira honesta.
Esta es la diferencia entre la tolerancia y la intolerancia. Quién es incapaz de comprender o le falta inteligencia o es fascista. Los demás no son enemigos malignos por no pensar como tú. Quién desprecia con saña, mitifica la opinión propia y la presenta como verdad incontestable. Y eso es fascismo, se haga desde la izquierda o desde la derecha. Sobre todo, si se valen de la burla y el desprecio para amedrentar.
Y cada vez hay más fascistas o más tontos, pertrechados en ambas ideologías, que pontifican su verdad según las siglas de un partido.
Aquella sociedad tolerante de hace treinta años ya no existe, si alguna vez existió. Hoy, presumiendo de una falsa democracia agresiva, se practica una dictadura guerracivilista cuyas consecuencias temo. Deberíamos parar a tanto idiota que intenta meter miedo con su burla y desprecio a los diferentes. Usan la burla soez para ejercer su opresión, mientras prohíben chistes contra sus sacrosantas ideas. Es propio de fascistas y, si nos dejamos, acabaremos viendo la destrucción fáctica de la democracia a manos de los nuevos y más radicales “demócratas”.
(También publicado en prensa papel La Voz del Tajo 25 de enero de 2019)
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