No sé si usted se sabe el chiste del hombre que va a comprar lejía y el vendedor le pregunta: ¿de litro y medio?, ¿litro?, ¿marca blanca?, ¿con asa?, ¿tapón antigoteo?, ¿perfume de pino?, ¿limón?, ¿lavanda?, ¿suelo brillante?, ¿mate? Y entra otro con un retrete a la espalda, suelta un azulejo y grita: “este es el retrete, estos los azulejos, el culo se lo enseñé ayer y el papel higiénico que quiero es ¡ESE DE AHÍ!”
Hay gente que puede convertir un hecho simple en un drama. Personas necesitadas de ser escuchadas, que hacen difícil lo sencillo y les da por inventar tareas.
Un encargo elemental, como comprar lejía, lo usan para prolongar el mandado “ad infinitum”, para que “siga la relación”. Porque no es la lejía, es la necesidad del otro lo que les incita a la duda.
Si pudiera, esa vecina a la que usted encargó lejía, se iría con usted bar si pudiera, para charlar de lejías o lo que fuera, pero como usted solo quiere lejía y la cosa es sencilla… ella… ella inventa pegas, preguntas, dudas, dificultades y hace como el vendedor… “no me queda claro, Toñi”. Y no le queda claro porque concluir una tarea, supone soledad.
Y cuando usted ya ha contestado a todas sus dudas, ella sigue temblona, indecisa, buscando. Se angustia de verdad, no es consciente de que lo hace por amor. Y es que, para ella, no acertar con la lejía puede originar la tercera guerra mundial. Pero… pero… pero… Le inquieta no encontrar objeción. Necesitan inventar tareas.
Es tal su necesidad de amor, que desarrolla una habilidad especial para abrir frentes inesperados: ¿y, de verdad, Toñi, no has probado el amoniaco? y te deja loca. Ha desplazado la simple compra de una lejía a un debate sobre métodos de limpieza. Y eso le da para mucho.
– Ya puestas, bajamos al bar y lo discutimos.
– No, déjalo, gracias, vecina. Ya la compro yo.
También publicado en formato papel, (La Voz del Tajo-Talavera de la Reina) el 16 de junio de 2017
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