Empujados, sí.
El hombre, animal del mundo, puede ser dominado por una sonrisa, con un gesto, con una triquiñuela, con unos juegos de manos, con unos pases de magia… con todo ello al hombre y a la masa se la engatusa, se la conduce por donde se quiere. Me pone los pelos de punta. Si me aplauden, mejoro mis canastas, si me abuchean, no encestó, porque influye la gente, soy un mono. Me acerco al que sonríe, me alejo del mal gesto, desprecio al indiferente, aunque el simpático sea mi enemigo. Me acerco al que promete, me alejo del que no, aunque el prometedor mienta. La opinión de un tramoyista son meses de felicidad, la crítica de un idiota, dolor inmenso.
Por Internet flotan millones de novelas.
Tecleo un apellido al azar, le añado «escritor» y saltan quinientos que venden más y mejor que yo, que tiene más éxito, más currículo. ¿Y quién coños me creo? Y lo peor: ¿quien soy? Una mosca cazada por un vaso boca abajo. Mientras estás solo, te crees único pero en cuanto ellos te destapan, sigues siendo único, como todos los demás, y te pierdes en la nada de millones de moscas, escritores, actores, magos, tramoyistas, idiotas que escriben intentando acercarse ni de lejos a la condición humana, mientras los psicólogos hace tiempo que encontraron todas la respuesta al tonto enigma del hombre que nos negamos a creer: cesta y punto, ¡salta, monito! Y mientras otros te empujan, te hablan de felicidad, de alcanzar metas, de cultivarse, de madurar, de crecer, vemos, mientras volamos, que somos moscas entre millones alrededor de esta mierda. Moscas que responden a unos resortes. Si sonrío soy bueno. Si me esperanzó, me esfuerzo. Amo lo que conozco. Ambiciono lo prohibido. Luchó contra mí mismo, y todo es así, siempre, hasta que llegue la hora de picar billete.
Publicado en prensa de papel (La Voz del Tajo- Talavera de la Reina) el 02 de FEBRERO de 2016)
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