Si ya es difícil saber quién es uno mismo, cuánto más dar con los diferentes “unos” o “yoes” que andan por ahí. Una cosa es lo que realmente somos y otra lo que yo creo que soy. Y otra lo que los demás piensan que soy. Y otra lo que yo creo que los demás piensan de mí. Ahí van lo menos tropecientos yoes, uno por cada persona que te conoce o no te conoce. Cada cual piensa una cosa diferente. Para unos puedes ser carne, para otros, pescado. Para otros ni carne ni pescado, solomillo a la portuguesa, chocolate extrafino o cagarruta de mono tieso.
Yo y mis yoes.
La mente simplifica y usted para unos será el tío de la barba, para otros el idiota del quinto y para otros el simpático del balcón de flores. Yo y mis yoes. Para cada quien, usted es una cosa, nunca la misma.
Así, quien crea que usted es gracioso, le pedirá un chiste cada vez que le vea. Quien crea que es antipático, le pondrá mal jeto en el ascensor.
Yo y mis yoes.
Pero ¿quién es usted? Ni usted lo sabe porque usted mismo se comporta aquí de una manera y allá de otra. Y lo que los demás piensan es contradictorio y le tienen hecho un lío. Puede usted durante tiempo ser uno más en la oficina, pero si un día coloca los informes de producción en el cajetín de los costos, pasará a ser “el desorientao de la cuarta”, de un porrazo.
Y si usted pinta, para los de su barrio será Paquito, el retratista. Para los de la provincia, Francisco el de Fuendetodos. En Madrid, el zaragozano de los tapices y tal vez acabe siendo Francisco de Goya pero para su cuñado siempre será el pintamonas sordo y para su suegra el vago ese, que hay que ver, hija, con quien te has casao. Todos tenemos muchos yoes en un mismo yo y ninguno somos nosotros. O más bien todos.
(También publicado en prensa papel, La Voz del Tajo, 1 de diciembre 2017)
Y para más complicación de yo y yoes uno mismo es varios a la vez y también consecutivamente. Somos contradictorios y vamos cambiando continuamente.
Desde luego que sí. Muy acertado.