Tal vez los verdaderos placeres no estriben en lo físico. Elevar nuestra calidad humana exige algo más. Cuesta asumir y comprender que debamos renunciar a lo que el mundo considera » felicidad»: el éxito vano, el goce corporal. Tal vez la felicidad sea el bien ser y no el bienestar.
Hay vidas desperdiciadas en continuos goces. Quienes los «padecen», se dedican tanto a ellos que olvidan que la plenitud no incluye el contaje de trofeos ni la comparación. Pero no tenerlos no es humillante ni señal de impotencia. Uno no siente que le arrebaten el derecho a suicidarse.
¿Por qué debes hacer lo que no quieres? ¿Por su atractivo? ¿Porque los demás lo consideran maravilloso? ¿Por no desaprovechar un derecho?
El tiempo es breve y tus prioridades no te permitirán vivir muchas experiencias, y hay que elegir, no da tiempo a todo. Y hay mundos que no te apetece pisar, por populares que sean. Te obligas a vivirlos porque te sientes desplazado, pero no los quieres. Nos sentimos mal si no vivimos lo mismo que los otros. Cuando los demás no estorben, cuando no les envidies, te sentirás libre… libre para sentir lo que elijamos. Cada espíritu crece solo. Nadie percibe que le quitan un poema simplemente porque lo lea otro, pero rabiamos si otros disfrutan un placer físico que nosotros no gozamos, parece que no vivimos por ello, que se nos va la vida sin vivir. Los placeres mundanos son envidiados porque nos vence lo bestial, estamos programados para esa lucha instintiva. Sin embargo, no necesitamos arrebatarle a la tribu lo que verdaderamente importa. Lo que nos hace humanos y no bestias, nunca nos será negado por un Dios enigmático.
Y en el arte también. La vanidad, la presunción, la rivalidad revelan nuestro instinto de competición. Nos alejamos de nuestra prioridad superior y nos revolcamos en la efímera dicotomía de ser los mejores o frustrarnos para siempre.
Publicado en prensa de papel (La Voz del Tajo- Talavera de la Reina) el 23 de junio de 2015)
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