Este verano ha caído en mis manos una lectura relajada y simpática, una novela francesa escrita hacia mediados del siglo XIX por un autor que, en su día, se hizo popular gracias a una serie de títulos basados en este personaje. Tartarin de Tarascón fue la primera de una serie de tres o cuatro relatos cuyo protagonista es un simpático gordito habitante de una ciudad parecida a aquella que salía en “Amanece que no es poco”. Tarascón debe ser en Francia algo así como Lepe para los españoles. Sus habitantes son extravagantes, pintorescos, extraños y provincianos. En una mezcla de absurdo, modernismo y sainete, Alphonse Daudet nos presenta a una especie de gilipollas entrañable, comilón e idealista, mezcla de Quijote y Sancho (cosa que se repite mucho porque a Daudet le hace mucha gracia) que vive debajo de un baobab a modo de «Principito» (aunque el Principito es posterior).
Pertenece a una sociedad de cazadores en una ciudad donde no hay caza. A falta de ella, los habitantes excusan su salida de fin de semana para pegarse unas panzadas morrocotudas en el campo. Y para dar uso a las escopetas, se han inventado «el disparo a la gorra» como deporte.
Cuentan sus trofeos por la cantidad de agujeros de los sombreritos. A partir de ahí, entenderán de qué modo está construida esta inocente, simpática y humorística novela sin mayores pretensiones que la de entretener. Es una novela que se lee con agrado, muy apropiada para estas noches de verano y que recomiendo encarecidamente. La historia no tiene mayor trascendencia y los que gustan de la buena literatura encontrarán placer, aparte de humor, en el uso muy ajustado, hábil, puntillista y encantador del lenguaje modernista. Las descripciones del África mora son coloristas, exquisitas, brillantes. Elige la palabra qué más se ajusta a este mundo exótico y seductor. El lenguaje, sin embargo, es sencillo, de frase corta y de ingenio chistoso y no ha perdido ni un ápice de frescura.
De hecho, se lee esta novela como si hubiera sido escrita ayer. Y aunque ya digo que no cuenta con un argumento excesivamente espectacular, son agradables, entretenidas y gozosas las aventuras chuscas. Tartarín me recuerda a aquel gordo asqueroso de la novela de John Kennedy Toole, ”La conspiración de los necios”, salvo que en positivo. Y, desde luego, si a algo suena es a las aventuras de Tintin. Memorables son las escenas del camello enamorado de Tartarin. A destacar, la elección de un vocabulario exacto y preciso con el que se dibuja y se colorea el mundo exótico de África del Norte. Anímense a leerla, porque la novela es baratita, corta y deja buen sabor de boca. Eso sí, no sean demasiado exigentes para poder disfrutarla; léanla como se concibió, un simple entretenimiento para pasar el rato… y el verano.
Valoración: 7,30
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