Suele suceder que el que más protesta es el más vago. Se pasa la vida mirando qué hacen los demás, criticando… porque en realidad lo que le sucede es que le agobian los papeles en la mesa, le gustaría tener menos carga y como no puede desprenderse de ellos, mira al vecino. Suele buscar en el trabajo un enemigo sobre el que cebar sus críticas. Es algo que necesita. Y si un día se halla sin enemigo, de inmediato busca otro. No puede vivir sin él, porque la supuesta vaguería ajena es
un cómodo resorte moral y mental a su frustración en un curro que no le va.
Buscando un enemigo demoniaco, te llenas de razón, evitas analizar y, sobre todo, evitas reconocer que tú tampoco eres un genio.
Si analizamos la realidad con serenidad y modestia vemos enseguida que cada uno tiene sus defectos y virtudes y cada cual a su modo, con sus carencias, intenta hacer las cosas lo mejor posible. Pero si el vago vive obsesionado por librarse de la mesa llena, sólo encontrará desahogo en encontrar a alguien que lo hace peor para explicarse a sí mismo porque las cosas no funcionan… como funcionarían si le gustase un poco más, sobre todo si el trabajo es compartido.
En “el conocimiento inútil” de Jean Francois Revel, (libro que recomiendo, sobre todo a periodistas) se afirma que pese a vivir en una sociedad cargada de información, eludimos la evidencia cuando ésta contradice nuestras creencias, preferencias o simpatías.
Ponemos por encima de la realidad nuestra ira, pretendemos ver las cosas con blancos y negros, sin grises. Si hay otro demoniaco, absolutamente negro, ese será culpable de que tampoco nos esforcemos nosotros mucho en sacar adelante una tarea que no nos gusta: si él tiene cara, yo también. Eso sí, siempre bajo el lema: yo curro como el que más y hago bien mi trabajo, pero si la gente le echa morro…
Publicado en prensa de papel (La Voz del Tajo- Talavera de la Reina) el 4 de febrero de 2014)
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