Segunda parte de la crítica estudio de Niebla, de Unamuno
EL DESARROLLO
DE LA ANÉCDOTA…
Unamuno no desatiende la construcción dramática, los acontecimientos y aventuras novelísticas. Así, además del pensamiento interior, del fluir de acontecimientos de fondo, el autor atienda a la mera anécdota: el engaño de Eugenia, la casa hipotecada, Mauricio, la mentira de la boda, la estafa a Augusto, la falsa promesa de matrimonio, Rosario, la segunda amante, las dudas de la segunda amante, las pequeñas historias de sus amigos presentadas como subramas y a la vez teorías hechas consejos. Ludovina, la fuga, los tíos, el tío anarquista… Todo eso toma relevancia como construcción de la aventura, como detalles concretos de una vida diversa, pero continuamente intercalado con el pensamiento en su justa medida.
…A LA REFLEXIÓN
Una vez ocurrido todo esto, que ocupa la mayor parte de la novela, llega el engaño y a partir de ahí el ser filosófico pugna por manifestarse y Unamuno procede, en las páginas finales, a reflexionar sobre el ser, el autor, el lector, el doble o triple o incluso cuádruple juego de existencias reales o imaginarias. Procede a construir su debate filosófico, de autoconciencia, llevado también a un terreno psicológico donde dice que los seres que no han gozado de la pasión parece menos vivos, casi siguiendo el axioma de Séneca: aquel que no se ha apasionado vive en la estupidez y cae en ella en cuanto abre la boca. Desarrolla su idea sobre el estado de Niebla, de confusión, de inestabilidad, de no ser, de existir sin ser hasta que surge la pasión y la realidad se manifiesta, formando todo ello, sin embargo, como un espejismo, parte de la propia «niebla». Da vueltas una y otra vez sobre esto
EL FINAL CLÁSICO Y FILOSÓFICO. PERSONAJE Y AUTOR
Finalmente, Augusto se enfrenta a Unamuno, visitándole de Salamanca, y le dice que sus monólogos son diálogos y los diálogos monólogos. Se concede libertad don Miguel para dar rienda suelta a las reflexiones sobre el soñador o lo soñado. Plantea no solo dudas sobre la existencia de lo evidente sino sobre la inexistencia de lo creado. Así, Don Quijote y el propio Augusto pueden ser más reales que sus autores. Se realizan juegos filosóficos, quizá tautológicos, meramente lingüísticos, pero siempre en busca de una verdad que se escapa continuamente, de una solución que nada soluciona. Se pregunta si estamos abocados a la muerte o no hemos nacido y por tanto no podemos morir… Incluso se citan casi literalmente breves pasajes del monólogo de Segismundo sobre la vida es sueño, haciendo burla sobre la existencia del propio Descartes, sobre si su duda cartesiana fue un dicho que se dijo a sí mismo porque Descartes no existió. El juego lingüístico es constante.
Es un clásico de la novela la idea de que Dios nos sueña. Somos un sueño de Dios pero Unamuno añade a esta idea el hecho de que Dios un día dejará de soñarnos y nos matará, y nos devolverá a la nada de donde procedemos, eliminando así el sentido de religioso de trascendencia cristiano. Hay una agonía, un sufrimiento, un tono angustiado (el famoso sentimiento trágico de la vida) con el que Unamuno da vueltas una y otra vez a esta idea y nos hace llegar su angustia. Todo se plantea finalmente como una batalla entre autor y creación, la criatura se rebela contra su creador así como el hombre se rebela contra Dios, acusándole de crueldad, y el personaje amenaza con dejar de soñar a Unamuno, del mismo modo en que un hombre puede dejar de soñar a Dios, puede matar a Dios. Se juega con la idea de la muerte de Dios, una idea herética desde el catolicismo ortodoxo pero que filosóficamente estaba muy de moda, procedente de Europa. Recordemos que la duda sobre la existencia de las cosas ya parte en 1915 de Wittgestein y otros autores. ¿Somos idea? ¿Existimos? ¿Existen las cosas o sólo existe lo que puede decirse, lo que existen en mi lenguaje? Nada es seguro, todo es relativo. Unamuno tiene la habilidad de depositar en las reflexiones de Augusto y en las réplicas del propio Unamuno toda la inquietud. Es un discurso impregnado de lucha interna, un dolor que el autor transmite en su texto.
LA FILOSOFÍA COMO NOVELA
Terminada la aventura con Eugenia, ya metidos de lleno en el simple debate de conceptos, Víctor, amigo de Augusto, antes de dicha entrevista con Unamuno, ya advierte a su amigo que el arte novelesco no solo es acción sino que el diálogo, la discusión de conceptos, pueden ser acción. Aboga por un tipo de novela conceptual que prescinda de la acción. La acción interior, la discusión filosófica interior, pueden ser consideradas como novelas por el simple hecho de ponerle el diálogo. Todo ello le da oportunidad para Unamuno para jugar con los conceptos mezclando la temática literaria con la filosófica y con la existencial. Todo se mezcla
SIMBOLOGÍA DE LOS NOMBRES
Otro tema a considerar en sí Unamuno, al modo de Benito Pérez Galdós, otorga a los nombres una intención alegórica. Ya dijimos que Augusto era «augusto, y así implicaría una personalidad alejada de la realidad, cultivada, noble, ajeno a la plebe. Víctor, el amigo, parece tener las respuestas finales, es el vencedor y puede ser que implique «victoria» filosófica, nivolesca, literaria. De igual modo, cabría pensar, como dijimos, si Eugenia, (en griego la bien nacida), representa, en efecto, lo nacido, frente lo no nacido, Augusto, que no existe porque es concepto y no vida. Y lo no nacido no puede morir pero tampoco ha nacido. Es decir, lo existente frente a lo conceptual. O bien, si Eugenia es la bien nacida porque es el objeto amado, bueno, y así es más realidad, «buena realidad». Tal vez tal vez hay algo psicológico en su nombre, de igual modo.
Unamuno es consciente de la moderna ciencia psicológica, sabe que las personas nacen con unas cualidades naturales. La naturaleza de Augusto es cerrada, «ha nacido mal», de alguna manera y por eso admira un ideal social, comunicativo, extrovertido, atrayente, que subyuga a los demás, que conquista a las masas y qué Augusto envidia. Ese ideal queda representado, de una manera femenina, en Eugenia y tal vez por eso sea «la bien nacida, la que ha nacido bien», con cualidades sociales. De algún modo, Unamuno también es consciente de todo el aparataje psicológico que conlleva la caracterización de sus personajes, tal como demostró, mucho más ampliamente en La tía Tula.
Otras consideraciones deberían hacerse sobre los nombres de Mauricio, Ludovina, Rosario, etcétera, que quizá tengan intención o no, que quizá sea arbitrario o tal vez encierren intenciones simbólicas.
CONCLUSIÓN
Más allá de la carga filológica que conlleva esta obra, como lectura es muy recomendable. Se pueda acceder sin resabios cultistas, como novela de entretenimiento pues cumple expectativas meramente narrativas y a la vez, para almas inquietas, propone reflexiones. Más allá de lo que cada uno piense, hay un enganche con un universal común trascendente, incita y espolea nuestra alma, ayudándonos en nuestra reflexión sobre nuestro sentido que nos «religa» (re- ligare), religioso, con algo superior, se hace cómplice nuestro sentimiento trágico vital, comparte su alma con la nuestra en la duda sobre la niebla vital que nos envuelve.
Unamuno dejó para la eternidad este texto como ente aún vivo, alma aún no muerta de Unamuno que fluye en la palabra y se hace uno con nosotros. Vemos por ello que Unamuno realmente existió.
VALORACIÓN
No es porque sea un clásico y me dejé deslumbrar por su prestigio, pero para mí esta novela se merece un 10
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