Pues la verdad es que a mí me suena todo igual. Desde hace ya muchos años Eurovisión me parece una solemne patochada entre lo petardo, lo estomagante, lo coñazo y lo fatuo. Una mala excusa para entontecer a entumecidos televidentes.
Y lo han hecho concurso. Los concursantes son veinteañeros de esos que se llevan ambas manos a las narices y pegan grititos y saltan cuando el jurado les dice esto o aquello. Niñas que llaman a mamá para sollozarles que han sido seleccionadas y que entre ellos babean y se dicen unos a otros que se quieren mucho.
Sí, es propio de esta edad lactante eso de abrazarse, besarse y decirse que se quieren.
Conviven en una casa y concursan. Cuando haces zappin no sabes si estás viendo Gran Hermano, Granjero busca esposa o Masterchef o qué. ¿Y los nombrecitos? Se llaman Arioli, Mamir o Azulindo, que yo no sé si son colonias, desodorantes o inmigrantes del planeta Ummo. ¿No pueden llamarse Pedro, Pepe o Marisa, como todo el mundo?
¿Y las canciones? Todo me suena igual.
De repente, aparece un barbas delgaducho y muy majete soltando un gallito insoportable. Pero como mantiene un si bemol más largo que Johnny Weissmüller, cuando ya se queda sin respiración se le aplaude como si hubiera descubierto la cura contra el cáncer. Y en eso consiste la canción. Letras escritas por niños de la ESO de mucho te quiero que cuando llegan al TE QUIERO alargan la ooooo hasta octavas imposibles con calderones interminables.
Y si no, te proponen zumbas o reggaetones que también suenan lo mismo. Porque todo lo pop suena igual, y todas las baladas resbaladas también. No hay melodía, nada que te puedas llevar a casa tarareando. Igualito que con la Betty Misiego.
Si ya era terrible ese artefacto insustancial de Eurovisión, desde que lo han invadido adolescentes ocupas y epidérmicos es que no hay quien lo aguante.
También publicado en prensa local edición papel La Voz del Tajo de Talavera de la Reina 2 de febrero de 2018
0 comentarios