Juguemos fuerte. Hitler. Trasládese usted a 1920 e imagínese director de un periódico en Alemania que recibe un artículo de un desconocido llamado Adolf Hitler. ¿Lo publicaría? Si no supiese cuales iban a ser las consecuencias ¿lo publicaría? ¿Y si lo supiese? Y un artículo inocuo de Hitler, ¿lo censuraría?
No sé si me explico. Se trata de saber si usted aprueba la censura de ideas. Le propongo Hitler pero trasladémonos al siglo XXI.
Me comenta el administrador de mi web que me han denunciado por enviar mails a personas no autorizadas. Spam lo llaman. No lo he hecho, solo envío mail a suscriptores así que, salvo fallo informático, deduzco que un suscriptor al que no le gusto me quiere anular la web con su denuncia para que deje de opinar. Podría anular la suscripción y no recibiría mis mails, pero prefiere que yo cierre mi web.
Hoy día, en un país extremista y fanático, muchos consideran lícito usar malas artes, incluso denuncias falsas, para impedir que te expreses. Bajo la excusa de que el contrario emite opiniones malvadas, hay quienes dan por bueno exterminarlo: destruir sus blog, impedir sus publicaciones o intentarlo al menos, aunque no les asistan fundamentos legales.
Si pudieran, quemarían libros o encarcelarían a disidentes, incluso en contra de lo legal. ¿Quemaría usted libros de Hitler ilícitamente? ¿Y libros de Gandhi? ¿Cómo llamaría usted a quien quema libros de Hitler? ¿Y de Gandhi? ¿Hay diferencia? Parece claro. Para impedir la segunda guerra mundial y el holocausto, perece justa la intransigencia, e incluso la ilegalidad del demócrata.
Pero hoy, todos se creen justos y demócratas, sobre todo los intransigentes. Muchos jóvenes milenians y otros idiotas se arrogan el título de justos y arremeten contra el que opina distinto sin darse cuenta de que malvados como Hitler, Franco, Stalin, Kim Jon-un, Maduro, Pol Pot o Mao Tse Tung también se consideraron justos y licitas sus malas artes.
(También publicado en prensa papel La Voz del Tajo Talavera de la Reina 12 de abril de 2019)
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