Representación en Mérida, Sala Trajano, 9 de noviembre 2018
La actriz Mercedes Castro presenta una propuesta en la que ella, como Aldonza Lorenzo, se dirige al público en un monólogo de una hora de duración.
La obra tiene todos los ingredientes de un paquete teatral de envoltorio profesional como arte escénica: un trabajo actoral variado, con múltiples recursos, pero que envuelve la caja vacía de un texto vacío. Procedo al análisis de la obra.
TEATRO CULTURAL. ACTUACIÓN PROFESIONAL, RECURSOS INTELIGENTES.
Analizado desde el punto de vista de puesta en escena y de interpretación, prescindiendo por completo del texto, la obra sin duda es un alarde de elementos eficaces.
VARIACIÓN VISUAL.
Destaca la variación en la visualidad. Aparece Aldonza con una mesa y una silla a la espalda, con cofia, con armadura de cuero y, debajo, elementos similares a una armadura.
Poco a poco iremos descubriendo cosas.
Aldonza es camarera en un bar imaginario y habla con los clientes.
Poco a poco, descubrimos que los clientes son personajes del Quijote.
A medida que avanza la obra, aparecen más elementos escénicos. En unas barras fijas, la actriz coloca elementos: una flor, un marco, dentro del marco unal carta, etcétera.
Avanza la obra y aparecen más elementos. Unos polvos que se arrojan y prefiguran fantasmas…
Además, Mercedes se despoja del vestuario y poco a poco cambia su apariencia.
Como vemos, la idea escénica se plaga de elementos que cambian la estructura y el peso de la obra cada diez minutos y esto es no sólo un acierto sino una técnica obligada.
No me cansaré de decir, ya sean en análisis de películas, libros o teatro, que divertir viene de diverso, y qué, por ejemplo en este caso, la técnica procura el entretenimiento. Aunque, claro, jamás lo garantiza. Nunca. Pero aquí se han invertido recursos y medios necesarios para conseguirlo y eso ya merece una valoración positiva.
LA INTERPRETACIÓN.
Y si el director José Carlos García tiene muy en cuenta estos dogmas de la profesionalidad para dar altura al resultado, no menos hay altura en la propia interpretación de Mercedes.
Su trabajo complementa la dirección. Así, en una misma frase o en dos contiguas, cambia de registro de voz, cambia de interlocutor al dirigirse a un cliente y otro, cambia de actitud, a veces romántica, luego bromista, luego agresiva, bruta, irónica… Es decir, sabe Mercedes y su director que seguimos jugando con la variación como eje imprescindible del divertimento.
También en el manejo de su cuerpo. Mercedes Castro está bien dirigida. Toma una silla en el aire, la mueve con rapidez y cuando la posa en el suelo, como si fueran una slow motion (o bullet time) de una película digital, detiene la caída y la posa. Con una suavidad cercana a Ia sensibilidad de propia de la erudición cultural antes que de la sensibilidad simplemente humana. Es decir, teatrales. Recursos conocidos y bien empleados. Igual sucede con momentos sensibles. Aldonza Lorenzo habla de su relación amorosa con Don Quijote, quien rechaza el acto sexual al final del monólogo. El tono bajo, los momentos tiernos, se encuadran en la sensibilidad intelectual antes que la auténtica sensibilidad. Porque son figuras imaginarias, Dulcinea/Aldonza/Quijote a las que nunca vemos en el cuento como gente real con la que nos podamos identificar. Problema del texto.
EL PROBLEMA, EL TEXTO DE LA NOVIA DE DON QUIJOTE.
Pero una buena puesta en escena y una interpretación profesional cuidada y de gran altura no es suficiente. Es un envoltorio que debe ponerse al servicio de algo que ofrecer: un mensaje, un personaje que ha venido a decirnos algo, que tiene algo que comunicar, que nos ha reunido allí para algo y no para el lucubrar sin más. Es decir, el texto.
FALTA DE NARRATIVA.
Porque el autor de la novia de Don Quijote, José Luis Esteban, nos muestra a un personaje como admirador literario de él, no como persona. No quiere contarnos ninguna historia. Simplemente son retazos descriptivos de Aldonza Lorenzo reivindicándose frente a Dulcinea y, sin inicio, nudo y desenlace, sin partir de algo para llegar a ningún sitio. Simplemente el autor se deja llevar por una pluma caprichosa, tratando ahora este tema, ahora este otro, sin destino ninguno.
Habrá quien diga que son retazos descriptivos y no hay que buscar más en la novia de don Quijote. Aparte de que yo concibo el teatro como narración, lo que sí digo es que un texto concebido como simple descripción debe ofrecer belleza. Como forma, la belleza del texto tiene que alcanzar una altura suficiente. El texto de José Luis Esteban no contiene metáforas brillantes, imágenes lúcidas, fraseología deslumbrante ni nada parecido que justifiquen este punto de vista. Un lenguaje sencillo debe ser narrativo y si no es narrativo debe ser un lenguaje brillante. Sencillo y descriptivo no cuadra. Con un lenguaje sencillo, ideas sencillas, escenas estáticas desde el punto de vista narrativo, el texto no avanza, el texto no sugiere, el texto no ofrece, se limita soltar en cada tramo elementos anodinos y prescindibles, escenas que no aportan.
Porque todo el texto de José Luis Esteban es prescindible y este es el problema. ¿Qué lo sostiene desde el punto de vista estético? ¿Qué justifica que esté ahí para mostrarse y que nosotros lo escuchemos?
¿QUIÉN TEME AL LOBO FEROZ?
Y llegamos al punto donde un indocumentado en un blog acusa a un “pequeño grande” de la escena, cuentero de profesión, actor del teatro clásico de Madrid, de que ha escrito un cuento sin interés alguno. ¿Quién soy yo para atreverme a reprocharle a un “profesional”, con mi inexperiencia y mi falta de conocimientos y, sobre todo, de trayectoria?
Un detalle: a la salida, la gente se preguntaba unos a otros: “¿a ti te ha gustao?” Y el otro miraba como pillao: a ver quién se atreve a decir que no… y surgían los “bueno, no está mal” y los “a mí… bueno…. sí…”, bajito y con muchas pausas. El simple hecho de preguntar revela que la cosa no ha funcionado del todo. Si no, no preguntarías, afirmarías: ¡qué buena la obra! Contestar a medias o con miedo revela el miedo clásico: “será que no entiendo pero no me ha gustado nada”.
PUESTA EN ESCENA FRENTE A TEXTO EN LA NOVIA DE DON QUIJOTE, DOS COSAS DISTINTAS
Y no hay que confundir. El envoltorio, la actriz, la puesta en escena es buena. Ocurre que ofrecerse juntamente, se ha confundido texto con puesta en escena, y no. Al texto le falta. Porque Aldonza no revindica nada, ni el papel de la mujer. Aldonza no es nadie. Nadie real que se identifique con nosotros. Es un personaje que carece de objetivo. ¿Para qué quiere contar su historia? ¿Cuál es su reivindicación? ¿Cuál es la anécdota interesante de su vida que nos interese? ¿Y el mensaje? Nada. Son escenas sueltas y vacías.
EL FONDO, EL MENSAJE, LA CARNE DE ALDONZA, EL DOLOR DE ALDONZA, LA NOVIA DE DON QUIJOTE
Ni siquiera José Luis Esteban sabe quién es Dulcinea ni qué pretende. La novia de don Quijote, no sufre, no reivindica. Sí, reivindica. Reivindica su verdad de Aldonza frente a la falsedad de Dulcinea, pero ¿esto qué es? ¿Qué tiene que ver con una realidad dolorosa? ¿La fama? ¿La gloria tras la muerte? ¿Siente dolor por eso? No transmite dolor en ello, cuenta cosas que no encierran nada de esto. Ni busca nada en su reivindicación, la dice pero no la “duele”. Ni esta reivindicación muestra en una unidad estructural que se pueda seguir. No nos interesa. Es culturalismo pero además de quien no se ha mojado en el Quijote, de quien no se ha impregnado de su olor. No ha realizado una previa estructuración narrativa del proyecto, antes de ponerse a escribir. Escribe lo que le sale, alejado del siglo XVII, y según le sale. Y así le sale.
La garantía del fracaso de un narrador es no tener una estructura ni objetivo previo antes de ponerse a la tarea. Y no ambientar. Tan solo confía en el culturalismo de la propuesta, no en el ambiente, no en el olor, no en la esencia quijotesca, sino en la admiración cultureta, pero no en su eficacia narrativa ni en el temblor del run run fonético de su tiempo.
La novia de don Quijote es un texto culturalista, que ha tenido la fortuna de ponerse en escena y encima ser admirado por innumerables ciegos. Innumerables eruditos a la violeta, ya con corbata o ya con rastas, que todavía quedan vivos de aquel lejano siglo XVIII.
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