REPRESENTACIÓN EL 3 DE NOVIEMBRE DE 2016 EN LA SALA TRAJANO DE MÉRIDA.
Impresionante. En una en una palabra: impresionante. La cantidad de trabajo que tiene esta obra, el ingenio, el despliegue de posibilidades, la cantidad de trucos, de matices, de conocimiento del medio escénico, la estética, cuidadisima, el mostrar mucho con lo mínimo, es decir, la economía del lenguaje tanto en vestuario como en recursos, en atrezo… La palabra profesional puede significar muchas cosas, simplemente comer o vivir del teatro, haberse dado de alta en el oficio o, en palabras del vulgo, tener calidad. A esta acepción pertenece la profesionalidad de esta gente que no son buenos, son MUY buenos. Porque no sólo son actores, son showmans. No sólo es una obra para hacer reír como una comedia al uso, ni como una puesta en escena, ni como texto. Es todo a la vez además de música. Buena música, con creaciones propias y con mucho arte en muchas disciplinas, escenográficas, literarias (una gran capacidad para aunar filología y divulgación) Ron Lala es un grupo con unas cualidades, un instinto teatral, una sensibilidad y una técnica que superan la media. Y, como digo, no solo son actores, es también dirección, Yayo Cáceres da «de todo un mucho». Texto culto y a la vez atrayente, popular, bien estructurado y dosificado para no aburrir. Una adaptación que llega al público de muchas maneras, por el oido, por la vista, por el uso de recursos de movimiento y composición escénica, desde el teatro de títeres, al entremés clásico, al monólogo, a la interacción con el público pero también en los pequeños detalles: cómo se mueve una mano, cómo se realiza un gesto… la comicidad de la cara, el ritmo… Cada minuto, cada tres minutos, cada cinco minutos, hay una novedad, un nuevo giro de tuerca en una mueca, en un juego con las voces, en un diseño escénico, en un cambio, en una mutación, en un juego de luces, en una estructuración del escenario. Respetuosos con el espíritu y la letra cervantina, surge de repente el anacronismo, la broma, el lenguaje actual que nos saca y nos mete continuamente en la trama, jugando al teatro dentro del teatro, y convierten las distintas obras cervantinas en squetches. Y además pasan de largo sobre el Quijote, para ocuparse de otras obras de menos calado, lo cual es una buena idea.
La introducción, otra gran idea, establece la cronología entre obra y vida: la musa negocia con el autor y trueca infelicidad vital por gloria. Pero ¿qué es la gloria? Y a continuación la musa le habla a Cervantes de su futuro y acusa al pueblo de no leerle pero conmemorar su centenario.
Desde luego, hay obras buenas medianas o malas en el panorama escénico, pero por arriba, superando lo bueno, están Ron Lalá. A lo largo de tu vida tienes la suerte de ver obras que no olvidas. Cervantina es una. Es de esos momentos en los que desearías estar en el escenario… aunque no, no lo deseas. Hay tanto trabajo, tanta dedicación, tanto esfuerzo, tanto sudor, tantas lágrimas, tantas risas y buenos ratos que deben haber pasado pero tanto tiempo invertido en esa producción que piensas que en realidad no estás dispuesto a sacrificar tanto. Yo le digo «no» a la musa. Porque esa obra no se saca en dos minutos y yo no dispongo de la calidad ni del talento de Juan Cañas, Íñigo Echevarría, Miguel Magdalena, Daniel Rovalher y Álvaro Tato. No todos pueden alcanzar esa altura teatral. Nuestro talento es mediano y el suyo grande. Cervantina supera positivamente cualquier expectativa que pueda marcarse un incrédulo actor aficionado como yo que acuda al teatro para dejarse sorprender.
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