Habrán observado en las bodas que la familia del novio se sienta toda junta («los Montesco») alejados de los de la novia («Capuleto»). Pronto, los Montesco empiezan a recordar con nostalgia y rabia sucesos, aventuras y anécdotas propias, reforzando al novio contra la «allegada». Los Capuleto hacen lo propio: si existe una canción que los identifique, a ser posible enigmática para el novio, la entonan para joderle.
Doña Esther Santillana, que hace treinta años emparentó con Capuletos, se siente ahora Capuleta, olvidada ya de que es en realidad Santillana. Doña Esther canta con inquina contra los nuevos rivales. Fue engullida y ahora se mimetiza con un apellido que no es suyo.
Esto sucede porque las familias son posesivas pero elásticas.
Unos apellidos anulan a otros con el tiempo y las generaciones y eso se pretende en cada boda, marcar el gen dominante. En cada nuevo enlace, bullen nuevas rivalidades con intención de imponer Romeos contra Julietas.
Pasado el tiempo, el ganador aglutina y somete al otro. Luego, el apellido ganador desencaja sus estructuras y se mancha de Fdez, Pérez, Peláez… pero prevalece el ser «Montesco». Nacen los «Santillana Montesco», «Montesco Pérez», «Fernandez Capuleto de Montesco»… prevaleciendo como «Montesco» la principal genética.
Pasa en cada boda, en cada noviazgo. «En tu casa o en la mía» se convierte pronto en «¿con mi madre o con la tuya?» y ahí es donde se establece el pulso para engullir y aglutinar. ¿Quién gana?
Se acerca la Navidad, excelente medidor de derrotas: gana la familia más gregaria y fuerte. ¿Qué pasó con doña Esther y su «Santillana», dónde quedó, después de todo? Al final, siempre se impone una canción a otra, con meneo de servilletas incluida.
Publicado en prensa de papel (La Voz del Tajo- Talavera de la Reina) el 22 de octubre de 2014)
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