Juan sé encontró cinco euros en el suelo del estanco. Nadie los veía, él sí. El primer pensamiento fue quedárselo, pero ¿y si el verdadero propietario en ese momento lo reclamaba? Discusión y vergüenza. Por suerte, había otras opciones: ¿Y si los dejaba pasar y fingía no verlo? Otro lo vería y se lo quedaría. También preguntar: ¿alguien ha perdido…? Le mirarían con guasa: ¡¡Mira el tonto, ja, ja!! Alguien levantaría la mano, no siendo suyo. ¿Y si se lo daba al estanquero por si aparecía? Claro, y si no aparece, ya sabemos quién se lo queda… salir sin los cinco euros, en cualquiera de los casos, le haría sentirse idiota. Hiciera lo que hiciera, mal. La vida le había puesto a Juan cinco euros alegóricos en la mano.
Muchas veces se nos presenta así la vida. ¿Por qué no robamos o por qué robamos? No robamos por miedo a ser pillados. Robamos porque no queremos ser el honrado al que timan mientras otros se apropian de los cinco euros de la vida. No robamos porque queremos pensarnos a nosotros mismos como honrados, pero… ¿honrados timados? Hay dos modos de sufrir, robar y no. Sentirse ladrón o tonto. Robar no es fácil. No robar, tampoco. La vida no te plantea blancos y negros, por eso se llama vida. Y en la gama de grises nos perdemos.
Y si quieres ser íntegro, hay que dar un salto sobre la sociedad que te humilla y no pensar que te llama tonto. ¿Y hasta qué punto el honrado lo es por moral o por miedo a la vergüenza si le pillan, porque no tiene sangre fría para robar, porque le faltan… aptitudes? Puedes fingir que no has visto la oportunidad, pero la has visto y entonces no pones a debate tu honradez, sino tu idiotez. No hay opción para la paz del alma. Hagas lo que hagas, mala elección. Incluso el cielo se intenta asaltar por temor de Dios. La decisión depende de nuestro bienestar. Y el robo, de la competitividad que implica la supervivencia.
Publicado en prensa de papel (La Voz del Tajo- Talavera de la Reina) el 27 de octubre de 2015)
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