A veces uno se arruina, se busca enemigos, se echa a perder porque hay razones del corazón que la razón no entiende. Por racionales que seamos, siempre está ahí la condición humana, algo indefinible, indecible, que nos hace ilógicos, nos vuelve tarumba. Hay un yo interno, un hyde en nosotros. Muchos lo atribuyen a momentos en que la sangre no llega y nos dejamos arrastrar por la inmadurez, por fragilidades del sentido común.
Como un nombre que se olvida, incluso el tuyo, a veces se produce una desconexión y la cabeza nos deja tirados y empezamos a hacer gilipolleces. Todos hemos tenido esos momentos.
Hay gente que considera que el mundo no es racional, que nos lo hemos inventado para darle forma. Hay gente que vive en una perpetua ilógica satisfactoria porque define su imprevisión, y la imprevisión ¡se parece tanto a la libertad! Hay quien no sabe vivir ahormado, prefiere lo etéreo, lo efímero. Es cultural, somos hijos de Wittgenstein y pensamos que lo no definido es nuestra verdadera esencia. Es la moda, el modo de pensar de hoy.
En el otro extremo, los racionales antiguos, que encuentra en definirse una oportunidad para la pasión. Es difícil apasionarse en lo etéreo. Quien no se liga a nada, mal se ligará a un deseo. Se necesita fe, cualquier fe, en una vocación, familia, hijos, Dios, para entregarse.
Vivir en lo etéreo es tan mentira como la razón. Son opciones libremente elegidas, pero pisar firme, aunque sea falsamente, nos salva cuando nos falla el servidor. Los que tienen fe, tienen asideros. Y la contradicción existe: a veces no respondemos a los botones. No te comprendo, se maravillan a nuestro alrededor. «Yo tampoco a mí mismo, pero necesito pecar contra mí». Y nos perjudicamos porque así el organismo se purga y una voz interior nos dice que nos sentiremos cómodos y en nosotros cuando terminemos de consumar la idiotez elegida.
Publicado en prensa de papel (La Voz del Tajo- Talavera de la Reina) el 9 de junio de 2015)
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