Sí, a veces hay que ser un hijo puta, pero lo primero es olvidarte de prejuicios, complejos, moral y necesidad de aprobación si de lo que se trata es de hacerte respetar. Porque una cosa es ir por la vida de gilipollas, metiéndose con todos porque sí y otra actuar cuando te atacan. Primero asegúrate de que te atacan y cuando hayas comprobado que realmente te faltan al respeto, entonces sin pudor, hay que defenderse.
Porque siempre hay personas que menosprecian tu trabajo, lo que has conseguido o tu calidad. Que no vales, que eres un advenedizo, un allegado a un círculo, profesión, trabajo o afición pero cuando has de convivir por narices con ellos, debes ponerte en tu sitio. Podrán despreciarte porque realmente te consideren inferior, sin más, o porque te envidien. En un caso u otro, recibes malos gestos. No te avergüences de responder, no pienses que hay otra manera. A veces, el dialogo no sirve. Cuando realmente asumas esto, verás que tu única salida es defenderte. Te llamarán cabrón, pero luego te considerarán. Los que te menosprecian, acabarán respetándote si te pones en tu sitio. Te desprecian porque necesitan ver tu fuerza.
Y busca el modo de causar dolor sin hacer daño. busca estrategias. Es conveniente no hacer daño pero también causar dolor. Es preferible que te odien, pero que te valoren. Y una vez seas tenido en cuenta, podrás acercarte. Reprimirán su odio al considerarte, ya no serás un mindundi de quien se pueden aprovechar. Entonces, podrás tragarte esa rana que tienes contra ellos y establecerás una estrecha amistad, mucho más firme que con tus amigos dado que, como te menospreciaron, te respetarán aún más. Porque las amistades más sólidas se construyen desde el respeto. Pero jamás intentes convertir a tus enemigos en amigos sin pasar por la penitencia mutua del dolor que concluye en ese respeto.
Publicado en prensa de papel (La Voz del Tajo- Talavera de la Reina) el 9 de junio de 2015)
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