Hace poco una amiga me mandó un refrán. «Amigos que no dan y cuchillos que no cortan, si se pierden no importa». El famoso dicho me ha hecho pensar. Porque los refranes son, precisamente, como esos cuchillos: depende por dónde los cojas, lo clavas o te cortas. Y si por un lado, simplifican, también suelen ser demasiado escuetos para reflejar una realidad compleja.
Al decir este refrán, nos imaginamos a nosotros mismos traicionados por el amigo. ¡Que fácil!, ¿no? ¿Y por qué no al revés? ¿De verdad somos tan generosos que el otro debía «darnos», como pago a nuestra generosidad? ¿De verdad nos lo merecemos? Por supuesto, nosotros «dimos mucho» y él «nada». Nosotros somos los buenos y «él» o «ellos» los malos, pero ¿fue así? ¿Y si ocurre que usamos a nuestros amigos para que ellos nos den a nosotros, que sólo consideramos amigos a aquellos de quienes podemos sacar tajada? Nosotros nos acostumbramos a recibir tanto y tantas veces, que el día que dejamos de recibir, nos sentimos traicionados.
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¿De verdad nos traicionaron o soy yo el ingrato que no se sacia?
Amigos que no dan… ¿Dónde se ha visto que el reproche contra los amigos sea el de «no dar»? ¿Y qué tipo de amigo es el que espera recibir de sus amigos? Pero como soy yo quien lanza el refrán, sólo veo la culpa ajena.
Caso más curioso es el de la persona que fue amiga, dio y recibió en igualdad y pierde al amigo. Para no sufrir, convierte al amigo en enemigo. Es decir, es posible que para desprendernos del amigo, le carguemos de reproches, para no hacernos daño, para poder renunciar a él con facilidad. Es el caso que dije la semana pasada del odio por amor. Es un recurso de la mente y el corazón.
Así que cuidado, porque también hay otro refrán que dice «poco amigo es quien solo espera» o, como dijo, Julian Assange: los amigos son leales hasta que les deja de interesar.
Publicado en prensa de papel (La Voz del Tajo- Talavera de la Reina) el 20 de septiembre de 2016)
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