Les revelaré un secreto. ¿Ustedes conocen a esos que presumen de saber de vinos? Pues tengo la mala intención un día de vaciarles una botella de crianza gran reserva y llenársela con un Don Simón de los chinos, a ver qué dice. Venga, vale, lo mismo se nota. Pero hacerle pasar un peleón de tres euritos por otro de quince, lo mismo me atrevo.
Les cuento ahora una anécdota que viene a lo mismo. Cierto día, una pepero muy pepero visitaba una ciudad nueva. Para él todo estaba mal allí: calles sucias, parques descuidados, baches…. La comunidad autónoma era del PSOE, y supuso que el ayuntamiento también.
Cuando le dije que era del PP, exclamó: ¡pues será que lo han dejado así “los anteriores”! ¡Manolo, que el PP lleva aquí veinte años! Pues será que la Junta no les da dinero. Manolo, que la Junta hasta ayer era del PP. Y entonces dijo eso tan conocido de “bueno, bueno, vamos a ver”.
Y es que valoramos las cosas según la querencia, la etiqueta o el prestigio. Así nos sabe de un modo u otro el vino.
Con una bendita venda en los ojos deberíamos juzgar, sin preguntar antes quién gobierna o cuánto vale o qué etiqueta tiene. Pero no. Si nos presentan pruebas irrefutables de que algo barato es bueno, algo caro es malo o de que alguien con prestigio la ha cagado o al contrario, siempre decimos eso de: bueno, bueno, vamos a ver, eso no es tan así, ten en cuenta que… y con eso les excusamos mientras arremetemos sin matices contra lo contrario, sólo por el “título” que tienen.
En los campos de concentración rusos se leía: honor y gloria al trabajo y en los nazis: el trabajo os hará libres. En los campos de concentración mentales se lee: bueno, bueno, vamos a ver… con una flechita indicando: por favor, ¿la esclavitud? Ahí, junto a su ceguera.
(También publicado en prensa papel La Voz del Tajo 15 de junio de 2018)
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