Todo el mundo cree saber conversar, pero la mayoría no sabe. No conocen el arte de conversar. Porque piensan, por ejemplo, que llevar la contraria por sistema es ser buen conversador, porque si no la conversación no tiene vidilla. Pero no. En una conversación, mientras los bromistas hacen su agosto, los críticos se les unen. Los críticos se ocupan de poner pegas mientras el bromista se burla de lo que se dice. Porque criticar es signo de inteligencia y bromear seña de sabiduría de alto nivel. De quien va de sobrao y tiene el tema tan superado que ya anda por el humor y la ironía.
Son dos energúmenos que, a falta de ideas propias, se ríen o plantean objeciones.
Cuando menos lo esperas, salta un imbécil que desprecia el complaciente consenso cuando está a punto lograrse y, al cabo de un tiempo, el tema se enfanga, el cauce se obtura con objeciones capciosas y el dique acaba rompiendo en el insulto personal. Los abogados del diablo suelen verse a sí mismos como genios libres de pecado y prejuicios, soberbios portadores de la conciencia colectiva, pero no dan una sola idea… como el bromista.
Autoproclamarse conciencia de otros, tapa el agujero de la falta de ideas. Y el crítico objeta, pero no dice cual es la salida, salvo algún imposible que él mismo. Tras aportarlo, contradice y derriba con otra nueva crítica. Le horrorizan las soluciones, las llama «insuficientes» porque no quiere renunciar a esos destellos de talento que él percibe en sí mismo. En el hecho de poner limitaciones a todo.
El arte de conversar es no ses sencillo.
Cuando pones pegas a una idea ajena, pareces superior al otro y a su idea, parece que tú has visto más allá. Es un espejismo, parece que el otro no ha caído en detalles que tú si has notado, pero es una simple alucinación. Si pones pegas, no por ello eres más sensible, pero a la vista del vulgo, tienes empaque, carácter y superioridad. Y eso que ganas.
Publicado en prensa de papel (La Voz del Tajo- Talavera de la Reina) el 28 de abril de 2015)
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