Todos tenemos amores ventosa, por ejemplo una una tía de esas qué te preguntan y preguntan y vuelven a preguntar sin darte cuartelillo. Se preocupa por ti, pretende saber si eres perfecto y busca la mínima falla para agobiarte con consejos y reproches. Está frustradísima, se siente mal, vapuleada por la vida y quiere evitar que acabes en el fango, como ella. Por eso te analiza, te fiscaliza, inquieta, angustiada, exigiéndote que seas perfecto, que no fracases, que no falles, que no te equivoques. Y para conseguirlo, pretende demostrar que te has equivocado para aconsejarte, reprocharte y que te endereces.

Ella no saluda diciendo: ¡Hola!, y punto. Ella exclama a bocajarro: ¡estás más gordo! Comes mucho, claro. No te mueves. Y esa es su carta de presentación. ¡Qué amable la tía!
¿Y por qué no has cogido las vacaciones cuando querías? ¿Te llevas mal con los compañeros de trabajo? ¿No estás a gusto en tu nueva casa, que la estás pintando? ¿Y esa ropa? ¿No te alcanza el sueldo?

Cualquier anécdota de tu vida lo convierte en una desgracia inventada.

Con tu mujer ¿qué tal? ¿Os queréis mucho? Ya no os veo tan acaramelados como antes. ¿Tenéis problemas? Todas las anécdotas, les da la vuelta para convertirlo en un error. Todas sus preguntas giran alrededor de posibles derrotas vitales. Te deja con una sensación de que te ha buscado la mierda hasta donde te habías lavado para recrearse en miserias fantaseadas y sentirse mejor. No, si lo digo por ti. Vamos, yo te pregunto… sin intención. Son amores ventosa

Sin intención te ha breado, acosado, vilipendiado, intentado destruir. Te ha dibujado una imagen patética inexistente, aunque probable, como todo el mundo podría tener. Ha intentado restar magia a tu personalidad y, como es especialista en negatividad, casi lo consigue.
Y lo hace por amor. Son amores ventosa. Amores que se te clavan en la yugular y si intentas arrancártela, tiran de la vena haciéndote todo el daño posible. Por puro amor.

(También publicado en prensa papel La Voz del Tajo 6 de julio de 2018)

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