Dice el tópico que admitir consejos es un acto de humildad y que quien aconseja tiene una visión más fresca y acertada. Un momento. ¿Y por qué regla de tres quien aconseja acierta? ¿Por qué está más fresco? ¿Y no puede ser un ignorante, por fresco que esté? ¿Y por qué quien rechaza el consejo es un endiosado? ¿Es que está prohibido rechazarlo? ¿El aconsejado pierde su derecho de defenderse? ¿En virtud de qué?
En efecto, se puede escuchar el consejo pero si opinas diferente, si no has sido convencido, puedes rechazarlo, no pasa nada.
Hay que escuchar, sí, pero escuchar no implica aceptar.
Porque no es cuestión de admitir opiniones para no caer mal o para no ser tachado de vanidad. Por más que insista, el aconsejador no va a cargarse de razón ni tampoco es
prueba de tu soberbia que le rechaces. El aconsejador no tiene la verdad absoluta por serlo. Tampoco goza del derecho de imponerse. El que más argumentos dé, que venza, y aun así, el dueño de rectificar siempre serás tú. Y él también podrá ser aconsejado, digo yo.
Y aunque existe el aconsejado endiosado, también existe el aconsejador vanidoso que, a toda costa, quiere imponer su apostilla, su pica en Flandes, sentar su culo sobre ti, apropiarse de tu decisión, plantarte la bota, demostrar que tú eres más tonto, comprobar si se admite su observación para alimentar su ego, para demostrar su genialidad. Cuidado, el aconsejador también puede estar pagado de sí, puede que el endiosado sea él, porque tal vez suceda que si usted acepta un solo consejo suyo, se esforzará en darle otro, y otro, y otro, para autoafirmarse.
Rectificar y buscar la verdad es un arte. Pero, en la mayoría de los casos, aconsejador y aconsejado se sienten ofendidos y agredidos, porque son ambiciosos que sólo desean ganar, que el otro admita errores, incluso inexistentes y así saborear mieles de un falso triunfo: el orgullo de haber corregido, ser más sabio, haber torcido el brazo, ser mejor.
Publicado en prensa de papel (La Voz del Tajo- Talavera de la Reina) el 20 de enero de 2015)
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