Una de las tareas más difíciles a la hora de estructurar un guión sobre un argumento conocido es cargarlo de tramas secundarias y pequeños detalles que aporten tensión a algo que, en principio, tal vez no sea demasiado interesante. La historia de este ladrón de bancos sin escrúpulos puede serlo y aun así un padre brutal, vecino insoportable, con novia brasileña y habilidad armamentística puede dar juego. Aun así, hay que alimentarlos con giros que lleven de A a B y de B a C llamando la atención del espectador en todo momento. La miniserie de Antena tres, (vista en la emisora Paramount) consigue poner más chicha donde en la realidad los acontecimientos tal vez pueda resultar algo más lineal.
Cuando unos hechos reales se convierten en miniserie, te obligan al menos a no falsificar el eje central. No puedes inventar una vuelta de tuerca ni un final sorpresa más allá de lo que la realidad te ha proporcionado, por tanto los giros y el interés deben marcarse en las historias paralelas, inventadas, en personajes no reales que se hacen intervenir en la historia para otorgarla un poco más de músculo. Por otro lado, la narración debe conseguir que ese eje central, esa historia que en su día salió en prensa y es de todos conocida, provoque en el espectador cierta inquietud, cierta sorpresa en cada secuencia. Ello se logra mediante estrategias y recursos técnicos habituales y aprovechando los vacíos en la memoria del espectador. Ambas cosas, tramas secundarias y particularidades menos conocidas de la historia principal son aprovechados por los guionistas para usar de una libertad narrativa suficiente que agarra la historia con ambas manos y la moldea para convertirla en eficaz y sólida. Se trabaja. El guión se trabaja y se nota en cada momento. No hay nada como que un buen narrador tenga la oportunidad de esforzarse en un buen proyecto bajo la promesa de adquirir prestigio y, de algún modo, a los guionistas del Solitario les ocurre que sudan la camiseta y echan toda la carne en el asador para que la historia no desfallezca en ningún momento.
Cada atraco, cada sospecha errónea por parte de la Guardia Civil, la vida íntima del solitario son las tres vigas que sostienen el modo en que se conduce la película en su eje central. En la trama secundaria se trabaja y muy bien la personalidad de la «picoleta» Silvia y del comandante «Herrera» (Emilio Gutierrez Caba) así como del policía nacional que toma las riendas de la historia en el segundo capítulo. Hay un gran interés en indagar en los sentimientos más profundos de la guardia civil como cuerpo del estado, como investigadores y su paciencia, pundonor y constancia en la persecución del delincuente. La Guardia Civil queda prestigiada y cada guardia civil humanizado, de modo concreto, pero a su vez esta personalidad individual de cada personaje infiltra, por mímesis, a toda la institución. Se evita en todo momento que la Guardia Civil quede humillada cuando se descubre que tal vez la policía nacional pueda ser mucho más eficaz y expeditiva. De igual modo se logra, con un par de pinceladas tan solo, apuntar una encantadora historia de amor, casi un trío, entre el picoleto y la picoleta del primer episodio, el modo en que ella le rechaza a él, así como entre la picoleta y el policía del segundo, siendo esta vez Silvia la que cae enamorada del nacional, amor frustrado al descubrirse que él está casado. Ambas historias de desamor se desarrollan a fuerza de gestos y miradas que sin apoyo en una sola frase de guión, se entienden. Y aunque parecen historias independientes, como en el puntillismo, al situar una al lado de la otra se contaminan y queda en el espectador la potestad de considerar una historia global bajo una filosofía de rechazos y amores imposibles contrapuestos. Silvia dominaba la relación con su compañero guardia civil al no estar enamorada. Silvia ahora es sometida por el yugo desalentador del fracaso, al no ser deseada por el nacional, como si se tratara de un sutil destino griego. Todo ello se vive con dignidad y entereza por parte de unos personajes maduros y responsables, continuamente pendientes de su profesionalidad que sobrellevan dichas decepciones haciendo gala de una gran fuerza interior y principalmente interesados en su tarea. Tanto por parte de Silvia, cuyos gestos son más «decepcionados» al descubrir que el Nacional está casado, como por parte del guardia civil enamorado de ella en el primer episodio, que expresa su fracaso con un ánimo más romántico y delicado, la historia se entiende y que se deje sólo indicada la convierte en poderosa.
En definitiva, una miniserie que no especula con extravagancias en el argumento policiaco, cosa que ya implica una gran valentía en un panorama cinematográfico enormemente competitivo donde es fácil caer en historias retorcidas con giros imposibles. Un planteamiento argumental que no se arredra ni teme a la sencillez como la herramienta en lo policiaco, error habitual en que se suele caer hoy día, ya digo, a lo cual tal vez colabora la historia real, que ahorma la aventura.
De igual modo, hay que destacar que el guión cuida la psicología de los personajes. Los actores (los cuatro policías jóvenes y Emilio Gutierrez Caba) logran dar verosimilitud a dichas psicologias, realistas y moderadas. También destacar cómo «los cuerpos y fuerzas del estado», así llamados, quedan prestigiados sin necesidad de lanzar una sola loa patética, lo cual hubiera quedado vergonzoso. En este sentido, sólo una pequeña mancha: el excesivo tiempo narrativo que se da al entierro de los guardias civiles, cuya pretensión es entender el empeño de Silvia en resolver el caso, pero también en dejar igualmente afectado al espectador, lo cual no se consigue. Dicho excesivo metraje del entierro tal vez pueda interpretarse como vicio habitual de complacencia gratuita en los actos solemnes de este cuerpo, principalmente las honras a los caídos, lo cual hace sospechar que tras el guión hay cierto toque digamos conservador o tal vez reparos precavidos. Más allá de ahí, posteriormente y por fortuna los guardias civiles se presentan como investigadores policiales, sin caer en falsas loas o en prepotencias impropias. Tampoco se cae en críticas y corruptelas internas del cuerpo, que principalmente suele servir para que el guionista limpie su imagen conservadora, poniéndose la venda antes de recibir la herida. Por suerte o por desgracia guardia civil y policía son los dos elementos que tenemos para elaborar tramas policiacas y con quienes tenemos para congraciarnos para hacer popular a un investigador español convincente y actual, como Bevilaqua, apoyándonos en sus principales virtudes: serenidad, paciencia, constancia y profesionalidad. Eso ayuda a hacer creíble, realista, humano al investigador y puede proporcionar a la narrativa negra y un nuevo modelo detectivesco más allá de un Pepe Carvalho trasnochado y antifranquista. Tal vez, aún falte un poco más de plasticidad en este «carácter» (desde el punto de vista del pesonaje) para asir con toda la fuerza a un nuevo policía que nos llene y satisfaga.
Por último, detacar el trabajo actoral de Pepo Oliva, actor extraño, necesario como lo son los actores maduros, para cubrir ciertos personajes y cuya visión física resulta siempre inquietante, intrigante y desasosegadora. Este actor siempre invita al rechazo en una primera visión, aunque luego, sin embargo, a medida que se introduce en un personaje, nos va convenciendo poco a poco. Pero siempre nos deja ese regusto tan desagradable como apetecible de haber visto a un ejemplar extraño pasearse por nuestra pantalla. Resulta chocante, por ejemplo, después de presenciar su actuación en la serie «Cuéntame como paso», con esa actitud abotargada y un poco boba, coger aquí un bate para apelear a unos jóvenes, enfrentarse a voz en grito a un vecino o su actitud cachonda ante las fotos policiales, actitud que resulta desconcertante en un actor como él. Pepo es un actor que siempre se subraya a sí mismo en la pantalla, tanto para adorarle como para aborrecerle. Tiene un aire friki de amigo de tu padre en el bar que tanto mola como choca.
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