REPRESENTACIÓN DEL 9 DE JUNIO DE 2015 en el Festival de Teatro Romano de Mérida
SÓCRATES SE QUEDA SIN FILOSOFÍA
TEMÁTICA
Hay un video que circula por internet de un cocinero que, con un cuchillo enorme, le mete siete rajas a media sandía. Luego la vacía, la trocea, introduce la carne en cuadraditos en unas bolsas de congelación y finalmente enseña la cáscara hueca. En esa cáscara han quedado aún restos de sandía pero la mayor parte de ella ya no está.
Algo así ha sucedido con este drama escrito por Mario Gas donde se pretende profundizar en el personaje y la persona imaginaria de ese desconocido y supuesto filósofo de la moral de hace más de dos mil años que fue Sócrates. Se nos plantea un juicio. Se nos ofrece una acusación. Sabemos que Sócrates corrompe a los jóvenes, planteaba la verdad por encima de los intereses creados. Acusaba corruptos, delataba incoherencias, denunciaba las flaquezas de la democracia y no tenía reparo en decir lo que pensaba. La búsqueda de la verdad era su razón de existir. Se sentía impulsado a buscarla por encima de cualquier cosa. Es por ello, que cae en desgracia y es acusado por esos mismos hombres imperfectos y por esa misma imperfección democrática, es condenado. Es condenado a muerte por razones que hoy en día se nos antojan banales, que quizá en su momento tuvieran importancia: por no creer en los dioses y por influir en el pensamiento de las gentes y conducirlas por un camino no oficial. No sabemos si, en realidad, Sócrates invitaba a hacer el mal tal como se le acusa. Lo que parece cierto, según nos lo muestra Mario Gas, es que sus palabras eran peligrosas.
FONDO FILOSÓFICO
Podía haber aprovechado Mario Gas, ya que es una obra de nueva planta y no tiene las cojeras de las adaptaciones, para reflexionar acerca del actual democracia, de sus contradicciones, de una corrupción real, con ejemplos reales; podía haber aprovechado para profundizar en la filosofía socrática, hacer un buen resumen de ella, didáctica, colocar a esta filosofía en un buen conflicto realizando una labor argumental más profunda, más intensa. Podía haberse inventado sucesos que pusieran en valor los valores morales socráticos enfrentados a otro tipo de valores. Sin embargo, el texto peca de parálisis.
UN TEXTO ESTÁTICO
El texto se paraliza a la hora de dar vueltas y más vueltas algo que nunca llega a suceder: plantear problemas, resolverlos, ser contradictorio, analizar, pensar, discurrir. Debatir con el espectador, en definitiva. Las argumentaciones no avanzan. Si se plantea la acusación a Sócrates sobre su falta de religiosidad, este problema, que hoy no lo es, no supone ningún conflicto que nos llegue actualizado donde el espectador de hoy pueda sentirse aludido. Se le da demasiado tiempo a este problema sin llegar a cuestiones de interés. Bien está destacarlo como hecho histórico, pero el problema religioso no se aprovecha para modernizarse y contarnos algo que hoy nos interese.
Y cuando se trata el tema de que Sócrates corrompía a la juventud, igual. Se podía haber dado profundidad de ideas, de pensamiento, pero tampoco hay un conflicto que se ofrezca, un ejemplo, una anécdota, que nos haga ver, de un modo práctico, desarrollado con suficiencia, de qué modo corrompía Sócrates y por qué y qué aristas y problemas hay en esto. Se limita el autor a decir que los corrompida y basta. Sócrates se defiende sin más. Y aquí realmente Mario sí tenía chicha aprovechable, porque la auténtica acusación contra Sócrates fue «darles demasiada información a los jóvenes». «Sus cortas cabezas no pueden digerirla, deben ser orientados y Sócrates dejó que pensaran por sí mismos con el simple uso de la información». Esa fue la realidad de la acusación pero en la obra de Mario ni aparece este matiz ni se juega con él en casos y ejemplos que pudieran haber resultados muy de actualidad de haberlos planteado.
De cómo quien le escucha hace el mal es otro tema que se trata. También habla de cómo dos ciudadanos, por escucharle, se han convertido en ladrones o en impíos. Pequeños robos que hoy tampoco tienen tanta importancia. Pero igualmente seguimos sin profundizar en el problema. No hay problema. No nos llega como un problema. En narrativa, es imprescindible que no haya blancos y negros, dudas en el espectador, que la otra parte también tenga parte de razón porque, de lo contrario, no se produce choque moral en quien lo ve que interese. Aquí sabemos quién es el bueno desde el principio y tampoco se les da argumentos sólidos o complejos a los enemigos para que el debate sea rico y de altura. Los acusadores son meros muñecos argumentales para que Sócrates se luzca y así no se puede alcanzar profundidad. La impiedad religiosa hoy no constituye ningún delito y si se le mete el dedo en el ojo a Sócrates por esto, la cuestión debe afectar a otros puntos más profundos del enfrentamiento humano. Pero no. Sócrates se defiende diciendo que no es su culpa que otros hayan malinterpretado sus palabras y ya está. No hay tampoco aquí anécdota lo suficientemente compleja y divertida, dinámica y anecdótica, que nos ayude a disfrutar de todas las aristas que podían haberse planteado.
PROBLEMA TEXTUAL
En definitiva, Mario Gas se queda a medio gas a la hora de jugársela. Y aunque pienso que en esta ocasión es impericia, sí creo que, en general, hay actualmente como un pudor por parte de los escritores a opinar, tal vez por falsa humildad, por miedo a ser tachados de soberbia, a no atreverse a poner en boca de personajes gigantes preocupaciones suyas. También hay un afán en los escritores modernos a no decidir, a no implicarse, a mantenerse al margen, a no agarrar al toro de los problemas por los cuernos cuando cogen la pluma. A epatar, a no molestar, a no echarle cara, a no opinar, como si eso fuese un pecado. Parece que eres más imparcial cuando no opinas, cuando resulta que la verdadera imparcialidad se alcanza cuando convergen muchas opiniones de todo género en variados personajes pero con fuerza argumental cada uno. El tiempo que emplea Mario en estudiar la cultura griega desde un punto de vista histórico, funcional, cargado de datos meramente técnicos, ambientales, podía haberlos empleado en la reflexión moral, en darle cuerpo, carne, sustancia, al fondo filosófico que este texto podría haber tenido.
El texto nos deja secos y fríos. Nos deja con la mente vacía como la sandía proverbial de más arriba. Disfrutamos de los restos del pensamiento que quedan en la cáscara, que Mario ha dejado para construir la obra, después de haberla despojado. Queda de Sócrates lo que ha quedado en las afueras de la sandía porque lo de dentro, su filosofía ha desaparecido, simplemente.
Un ejemplo de lo que Sócrates, juicio y muerte de un ciudadano, podría haber sido y no fue, son acaso esos compases finales de la segunda parte donde se plantea huir tras haber sido condenado. Esto interesa y aquí sí se plantea un conflicto como el que se busca siempre desde el patio de butacas en este tipo de obras. Porque este tipo de obras de textura monologadora interesan como enseñanza, como debate, como reflexión. El espectador agradece los puntos de vista dispares y el conflicto para luego tomarse una tapita en el bar y debatir con los amigos. En este caso concreto, Sócrates plantea la obediencia a la ley como «valor moral mayor» frente a el engaño y la transgresión de la ley para salvarse, para reajustar una injusticia. ¿Qué hemos de hacer, ser prácticos, ser inmorales para corregir un mal legal o ser honrados, tontos y obedientes a esa ley errónea, por ser ley? Este conflicto moral es quizá el único, no es lo más profundo pero sí el único que realmente nos llega hoy en día. Pero lo ofrece sin resolverlo y sin plantear mayores matices que esta dicotomía pura y dura, sin gama de colores.
ASPECTOS FORMALES
Formalmente, la propuesta de Mario Gas y Alberto Iglesias es de un teatro «dicendi» donde no pasan cosas en escena sino que se cuentan. Es un teatro válido, respetable, siempre y cuando se ponga al servicio de la reflexión. Si la reflexión nos llega en su suficiencia, el método discursivo-teatral qué le habla directo al espectador en monólogos judiciales cumple su función. Casos hay de este tipo de teatro, como doce hombres sin piedad, sin ir más lejos. Es un estilo, basado en que las cosas no ocurren en escena sino fuera. El teatro más inmediato, donde lo que sucede se ve en el momento, es un teatro menos reflexivo, de más acción, donde los conflictos se desarrollan en tiempo presente. Es otro estilo.
Esta propuesta socrática cuenta lo ya pasado y está destinada a analizarlo. Pero no se analiza.
Tanto en un caso como en otro, se hace necesario siempre una aventura suficiente, conflictiva y atrayente (pensemos otra vez en Doce hombres sin piedad y los conflictos enfrentados de los miembros del jurado allí encerrados, como ejemplo judicial). En Sócrates no existe una vida, unos hechos, unos sucesos, pero tampoco un buen análisis, salvo en las pequeñas anécdotas que cuenta la mujer de Sócrates, cotidianas y entrañables. Se ve que Mario Gas es un hombre casado porque si alguna anécdota puede contar tiene relación con el conflicto familiar que parece conocer bastante bien.
Es esto lo que nos lleva a pensar en la necesidad de que un autor cuente lo que conoce pero también la necesidad de que el autor conozca. Una persona que ha vivido puede contar cosas. Una persona que no ha vivido puede vivir mentalmente otras vidas y tamizarlas con inteligencia. Y desconozco la vida de Mario Gas pero por los resultados parece que ha prescindido de su experiencia vital o la de otros cercanos y su tamiz a la hora de escribir y eso siempre es un gran error.
Por otro lado, y si seguimos la comparación con Doce hombres sin piedad, la obra de Reginald Rose nos llega estructurada. El espectador asiste a una evolución increscendo de las psicologías, los enfrentamientos, la complejidad del caso que va avanzado de manera nítida y aritmética ofreciendo al lector una cómoda lectura. Esta obra de Mario Gas va de un lado a otro en monólogos y arengas de distinta clase y condición, que se dan según se le va ocurriendo al autor, sin arquitectura alguna. Eso nos aleja de la sentimentalidad necesaria que toda buena obra requiere.
ACTORES
Como actores, Carles Canut, al que hemos visto en «Cuéntame…» como auxiliar de bodega, José María Pou, Amparo Pamplona y los demás nos ofrecen una muestra de teatro clásico, de buena dicción, de empaque, de una naturalidad teatral muy teatral, en un espacio escénico muy sencillo, que se pone al servicio del texto, que lo diversifica (en el sentido etimológico de divertir) y si no fuera por esa gran solvencia actoral la obra, en otras manos, pudiera haber tenido peor fortuna.
He elegido esta obra por Sócrates para mi asistencia semanal al Festival de Mérida y me voy sin Sócrates. Es a lo que se arriesga uno con el arte.
Siempre hay que recomendar a los directores que dirijan, a los actores que actúen, a los autores que escriban y a los decoradores que decoren. Cómo podría haber dicho Sócrates perfectamente, la vida es demasiado corta para hacer bien todas las cosas y hay que elegir una y hacerlo bien. No seamos pretenciosos, seamos humildes y aportamos nuestro pequeño guijarro, lo que sabemos hacer, sin mayor vanidad.
Aunque le comprendo, comprendo a Mario Gas y su inquietud por no sustraerse a probar otros vinos, por ampliar su espectro. Pero tengamos precisamente por ello más precaución cuando nos metamos en territorio ajeno y aunque no nos dejemos aconsejar, busquemos la calidad, seamos cautos a la hora de confiar en nuestras capacidades cuando entramos en territorios que no hemos pisado nunca o que hemos pisado poco.
VALORACIÓN: 4.
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