Alguna vez habrá oído esta expresión, con intenciones políticas. Ratas morales son aquellos que hablan como las misses, que tienen el argumentario y la misma capacidad de razonamiento que un idiota, pero que no son idiotas. Se los llama taimados. Son aquellos que parecen opinar, pero nunca se pringan. Los hay más o menos hábiles. Y las peores ratas morales son las que no parecen ratas.
¿Cómo distinguirles?
Un signo es su palabrería diseñada para no ofender, no posicionarse, no estar aquí ni allí, para no manchar la toga con el polvo de la opinión. Son algo así como Flanders, pero no tan gilipollas.
El segundo signo es que usted sale de la conversación con la impresión de que le han timado. No han dicho nada. Nada que se salga de la norma, lo decente, lo previsible. Su aportación es nula. Usted la empezó igual que la terminó.
No son mises, no se les ve tanto el plumero, pero al final ¿qué han dicho?
Y si son simples taimados, bueno, se lesperdona. Pero la rata moral peligrosa es la que ante un atropello, un delito, un insulto con que indignarse, ni se indignan, ni destapan, ni denuncian.
Adjetivan con adjetivos suaves, condenas suaves, porque por encima de todo quieren preservar su culo y esa imagen suya. Y si quien comete el abuso es un personaje que el pueblo no identifica claramente como malvado, ellos se apartan.
Si les obligas, emitirán un leve gruñido pero siempre nadarán y guardarán la ropa. Son lobos con piel de cordero.
Y luego ese tacto de blandura sebosa, macilenta, que uno percibe cuando conversa con ellos. La gelatinosa sensación de no recordar sus argumentos, si es que los hubo, pero de notar claramente por debajo el aceitoso y vomitivo mensaje sólo pretenden decir: “¿has visto que demócrata soy?”
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