MÁS CHULO QUE UN OCHO (No contestar, un modo de dominio)
No contestar es una estrategia para imponerse. Entre las innumerables armas secretas que utilizamos para posicionarnos y mear el territorio, “no contestar” es un sutil recurso.
A veces necesitamos contar algo, confiarnos, pero el otro se hace el muerto. Y cuanto más se nos nota que “necesitamos” comunicar, más se hace el distraído… “EL GILIPOLLAS”.
Lo ha oído, pero finge no haberlo oído. Ignorándonos, nos lanza el mensaje de que es superior, de que “el maestro” se toma “su tiempo” en atenderte. Con su silencio dice que te va a tratar como a un crío.
Si quien pide opinión es un grupo de pardillos, la vanidad de “EL GILIPOLLAS” aumenta y con su “trascendental” silencio, ¡oh, gran Tetragrámaton de la Pachamama, Dios Coquena del Atacama!, nos avisa de que “esas tonterías vuestras las tengo superadas”. Si el ambiente es festivo y le preguntamos, “EL GRAN GILIPOLLAS” se finge serio, y así nos hace saber que “No vale la pena contestaros, sois unos frívolos”.
Y el gilipollas (perdón “EL GILIPOLLAS”) se pone más chulo que un ocho. Se siente superior y desprecia. Es una posición reverberante, cacareadora, superior.
“No contestar” cuando se te ha lanzado una pregunta es signo de dominio.
“No me interesa”. “No sois dignos de mi saliva“. Y si al final contesta, tarde, lento, haciéndose valer, parando, templando en medios, mandando, ya es para pegarle dos yoyas. Ha dado la vuelta a vuestra inocencia convirtiendo toda buena voluntad en ingenuidad, debilidad, inferioridad, cretinismo. Te sientes ridículo al no recibir respuesta. Te odias por haber preguntado. Es como cuando en un supermercado pides una barra y la panadera hace que no te ve.
Pero si se lo reprochas, lo negará. Te dirá no haber escuchado. Sugerirá que “no eres el centro del mundo para que él tenga que atenderte” y eso añadirá vergüenza a tu vergüenza. Nunca confesará que lo hizo por chulería torera.
(También publicado en prensa papel La Voz del Tajo 13 de julio de 2018)
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