Lo digo en broma. Esa es la frase. Usted ha detectado el truco, pero no está muy convencido. Ocurre cuando discutimos con alguien de confianza: pareja, hijos. padres…
Imagine que usted tiene el siguiente defecto: cuando va a la compra, siempre se suele olvidar las cebollas. (Y quien dice cebollas, dice mancharse el pantalón, tramitar tarde los documentos o cualquier otro fallo suyo)
Llega sin cebollas -pongamos por caso- y su enemigo en casa se lo reprocha. ¡Siempre se te olvidan, ya lo sabía yo, es que no aprendes…! Siempre tenemos un fiscal en casa. Y suele estar encantado con que usted falle, porque si no, ¿a qué complacerse con tanta saña?
¿Preocupación por usted? No, es placer por su superioridad.
Sí, es un fallo, -reconoce usted- pero últimamente no lo cometo. ¡Ja! Mira como me río, a las pruebas me remito. Hay cosas que no se corrigen. Esta es la prueba. Y a continuación, le larga un alarde de consecuencias catastróficas como la gran hambruna del domingo o la mala calidad el guiso del lunes. Todo por faltar cebollas. Y así sigue, imparable, hasta que usted se enfada y sale por la puerta. ¿A dónde vas? ¡A por las cebollas, que las dejé en el coche!
Y entonces su enemigo dice la frase: Oye, que lo decía en broma.
No lo dude. No lo decía en broma. Es el último recurso de quién ha metido la pata y sigue empeñado en tener razón. Un modo de comerse sus palabras quitándose culpa. No pide perdón. Dice: que lo decía en broma, y santas pascuas.
Es pura dialéctica para salvar el culo y retirar todas las palabras injustas le ha largado. Pero intenta hacerlo pasar por broma, como si no fueras lo suficientemente perspicaz para detectar la farsa. Es la forma que tienen los prepotentes de seguir venciendo cuando ya estaban vencidos.
También publicado en prensa de papel (La Voz del Tajo- Talavera de la Reina) el 23 de noviembre de 2018)
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