Hay un problema con las verdades, que si son impopulares, nadie las cree. Y un segundo: que si se emiten en un formato determinado, suenan falsas.
Stalin lo hizo todo mal, fue un tirano. Imaginen que alguien dice que hizo bien alguna cosa. Quedaría como un fanático que aprueba las tiranías.
Coja usted cualquier personaje de la historia. Santa Teresa, por ejemplo. Lo hizo todo bien. Señale usted una sola cosa mal, aunque sea un dato irrefutable, y quedará como un blasfemo.
Tomemos ejemplos menos políticos para entenderlo. Los Dire Straits. Diga usted que una sola canción no le gusta. Es usted un hereje, no entiende de música.
Ikea. Hace muebles feos, baratos, funcionales y sin gusto. Alabe usted un solo armario y le acusaran de no tener ni puñetera idea de muebles. Y como una sola modalidad de croquetas findus le molen, va de culo. Las croquetas findus son malas por definición y usted tiene mal gusto. Punto. ¿Ha escrito algo mal Cervantes? ¡¡Ni se le ocurra, pedazo de inculto!!
Una verdad no puede llevar la contraria a un tópico.
Y tópicas hay para aburrir. Varios por tema. Por eso no se puede ser riguroso, preciso, objetivo, imparcial. Ni opinar a la contra. Porque no te dejan. Una sola cosa buena de Pedro Sánchez y será usted un pedrista que odia a Rajoy. Una sola cosa buena de Puigdemon y será usted independentista. Y no hablemos de Franco o Rajoy. Solo nombrarles sugiriendo un acierto y quedará como facha vomitivo. Y sí dice algo bueno de Carrillo, usted aplaude lo de Paracuellos.
En privado puede, pero a la horda brutal de “opinadores” sin seso de este país no le venga con matices. Cualquier cosa buena de un famoso malvado o cualquier cosa malvada de un famoso santo le colocará en la picota y no habrá vuelta atrás. Es el precio de la libertad de expresión en España. Y el precio de decir una sola verdad incómoda.
También publicado en prensa local edición papel La Voz del Tajo de Talavera de la Reina 26 de enero de 2018
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