No hace mucho me presentaron una encuesta de satisfacción. No para que la hiciera, sino para que valorara si con esas preguntas se podría tomar una foto ajustada de la satisfacción del usuario. ¿Pero realmente crees que las encuestas de satisfacción reflejan la satisfacción?, repuse. Quien me lo preguntaba se quedó perplejo. ¿No será que en realidad reflejan la insatisfacción? ¿Qué quieres decir?
Pues es claro. Imaginen que a usted le dan una encuesta de satisfacción. ¿Qué es lo primero que se le pasa por la cabeza?
¡¡Esta es la mía!! ¿A que sí? ¿A que se despierta en usted el ansia de revancha, de sacudirle en toda la cresta a la institución que lo pregunta?
Pues eso mismo. Nos dan una encuesta y no pensamos en cómo hemos sido atendidos, si las instalaciones son buenas o los tiempos adecuados. Queremos sacudirles yesca marinera. Da igual la realidad: ¿qué si he sido bien atendido? Sí, pero respondo que no. Estaría bueno, que tengamos que sufrir la mala organización de todo y se vayan de rositas. ¡Se van a enterar!
Venga, otra. ¿Cree que los tiempos han sido breves? Tres días te tienen esperando. Da igual que, en mi caso, me han atendido pronto, porque aquí en general se atiende mal y hay que decir que no. Y si no, debería atenderse mal, para poder quejarnos. ¿Las instalaciones son buenas? Pero si esto es un desastre. ¡No! ¡no!, ¡no! ¡Venganza! «y cuando en hispana tierra/ pasos extraños se oyeron,/ hasta las tumbas se abrieron/ gritando: ¡Venganza y guerra! Una encuesta de satisfacción es una oportunidad para vengarse.
Y el 28 de abril nos pasarán una. Oportunidad única, oyes, no para decir lo bueno, sino para vengarnos del enemigo, que además es el vecino del quinto que es un facha/rojo. ¡Guerra! Lástima que no la hayan convocado las elecciones el dos de mayo. Sería más apropiado.
(También publicado en prensa papel La Voz del Tajo Talavera de la Reina 22 de febrero de 2019)
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