Elija usted un género, cine o literatura, el que sea. Elija un título al azar y ahora lea usted dos críticas sobre ese libro o peli, una positiva y otra negativa. ¿Cuál de los dos “analistas” sabe más? ¿Cuál de los dos es un mindundi que no tiene ni idea? Aplicando la lógica, usted pensará que el crítico más duro es quien más sabe y el que ha alabado la película o libro es un blandengue, un pobre tonto que se ha dejado engatusar, que no ha visto esto o aquello, que se le han escapado tales o cuales cosas.
La crítica negativa es más sabia.
Parece que, si eres crítico, eres más agudo e incisivo, más perspicaz. Parece que tienes más conocimientos si eres negativo. Y parece que si alabas, no te has enterao.
Uno siempre tiende a confiar en el crítico más despiadado. Además, el despiadado es valiente y libre, porque “se atreve”. Probablemente “el positivo” sea amigo del autor, casi seguro.
Usted pensará que hace falta estar muy seguro de lo que dices para destruir, mientras que para ensalzar no se necesitan tantos conocimientos ni miramientos. Uno necesita aplicarse menos porque alabando ¿quién se va a quejar?
Ahora, imaginemos que pide opinión a un amigo sobre un tapete para el televisor que usted ha bordado con entretela termofusible usando nudo plano y nudo cote. Se lo enseña a su vecino que es fontanero, y que no entiende de tapetes, pero el hombre se ve en la obligación de opinar y ¿qué hace? Como quien es negativo sabe más, le pone pegas. Porque así parece que sabes. Porque quien afea las cosas, entiende de tapetes. Uno se siente cojonudo y sabio si destruye. Si alabas el tapete, es que no tiene ni idea. ¿O no tiene usted esa sensación?
Así que, cuando alguien le critique un trabajo, piense en quién es él para decirle eso. No se crea toda crítica, hombre.
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