Las posibilidades del cine digital nos permiten revisar a los clásicos e incluso abordar puntos de vista y aspectos de acontecimientos históricos o leyendas que en su día, por falta de medios, no podían abordarse. La imaginería y parafernalia de monstruos, catástrofes y elementos hipertrofiados de todo tipo han logrado el rodaje de películas como El Hobbit, El Señor de los Anillos, precuelas del Planeta de los Simios o abordar a los superhéroes de Marvel con una amplia profusión de vuelos, animales hablantes y demás. Los efectos visuales hacen que estas producciones ya no dependan de
un gran presupuesto, al menos excesivo. Así, cada año surgen películas de toda clase y condición que con mayor o menor fortuna narrativa y mayor o menor fortuna en los resultados visuales se atreven con la mitología griega, la biblia o el comic. Exodus es un producto más aunque, como a toda película, más allá de la parafernalia debe exigírsele una buena narrativa. El resultado en este caso es decente, entretenido, ameno, distraído. Ridley Scott hace alarde de su oficio y su capacidad de contador de historias para traernos a un Moisés guerrero, hermano de Ramses, que poco a poco se va distanciando del faraón para liderar al pueblo hebreo. La película se centra en el periodo que transcurre desde su primera aparición como general egipcio hasta su salida atravesando el Mar Rojo. Ahí acaba la película, con una coletilla final a la travesía por el desierto.
Realmente, pese al título, la película no aborda este trajín sahariano sino la salida de Egipto solamente. Quiere Ridley Scott centrarse en la batalla personal entre Ramses y Moisés y las rencillas personales entre ambos respecto a su padre, interpretado por John Turturro, (lo cual es, cuando menos, pintoresco ver al Tuturro de Faraón. Es casi cómico).
Al principio, Moisés y Ramsés, como hijos del este Faraón y se enfrentan entre ellos, sibilinamente, por el amor del padre. Pese a desvelarse que Moisés no es hijo natural pero es el preferido, brotan los celos de Ramses, unos celos mezclados con el amor que se tienen como hermanos. Porque, pese a ello, los hermanos se llevan bien, y eso hace interesante la relación, al no estar compuesta de blancos y negros. Pero son amigos estilo americano, es decir: son los colegas de combate que se defienden en la batalla y admiran sus respectivas virilidades.
Ramses se siente humillado al ser salvado por Moisés en la batalla contra los hititas y pone en funcionamiento toda una serie de reacciones, producto de su frustración y de su envidia. El descubrimiento de Moisés como hijo de hebrea y por tanto hebreo y su primera visión tras la zarza ardiente, así como las posteriores, de un Dios representado por un niño implacable y caprichoso, traza el nudo de la película. Es aquí, y no en los efectos visuales, donde está el corazón de la obra, donde reside su calidad… o no.
Más allá de efectos más o menos conseguidos, maquillajes más o menos acertados e interpretaciones más o menos buenas, el verdadero corazón de toda obra es su desarrollo argumental, el que nos conduce a través de los acontecimientos a la resolución última. En este sentido, Exodus cuenta con un hándicap en su contra y es que la historia de Moisés la conocemos y también tenemos una referencia incluso cinematográfica en la película de Charlton Heston. Pese a ello, Ridley Scott es consciente de estas limitaciones y pretende darle a la aventura un signo de lucha psicológica entre los dos protagonistas, que pueda satisfacer al público y aportar novedad a la historia. De igual modo, la relación entre Moisés y Dios, fiel a las tensiones reflejadas en el antiguo testamento entre los protagonistas originales, son las dos apoyaturas y la novedad de esta historia.
Este desarrollo psicológico entre hermanos y entre Moisés y Dios tiene mucho que ver con la personalidad de los tres personajes. Por un lado, Moisés es un soldado en plena hagiología, en pleno vigor de héroe al modo americano. Es maduro, fuerte, espadachín, resolutivo, cercano al superman tan diferente de aquel Moisés tartamudo de la Biblia que hablaba por boca de su hermano . De hecho, sorprende que la aparición de Aarón sea banal, no funcional en la película, como si Ridley Scott no supiera qué hacer con él pero se viese obligado a sacarle. Al quitar esta cojera a Moisés en pro de su virilidad y juventud casi indestructible, Aarón no punta nada. Lo de que fuera tartamudo Moisés molestaba y es por ello que el pobre Aarón vaga por el filme sin una misión narrativa concreta. Aparece como un simple espectador.
Frente a este Moisés, más parecido a un Chuck Norris, tenemos a un Ramses, también similar de malo americano antihéroe de las películas más habituales del star sistem. Evidentemente, al igual que ocurrió en la película de Noé, los americanos buscan algo conocido por ellos reconocible por ellos. Las productoras procuran encontrar héroes a la americana en cualquier acontecimiento histórico, todo lo trasladan a su american way of life. En cualquier personaje histórico, les da igual Thor que que el burrito Platero, si lo coge un americano lo convierte en un héroe maravilloso que se enfrenta a un ser frustrado y retorcido cargado de malaleche. Así tenemos a un Christian Bale que lo mismo le daría ser Bruce Willis en la Jungla de Cristal que Chuck Norris frente a un chino y a un Ramses que tres cuarto de lo mismo. Ambos están en su papel.
Pero como también le han dicho a Ridley Scott que hay que ser inteligente en el diálogo, meten con calzador unas conversaciones supuestamente guays donde los guionistas buscan a toda costa relativizar cualquier valor que cae en su mano, para epatar al espectador, más que para mostrar todas las caras del cubo, y entretenernos con diferentes rarezas psicológicas en la personalidad d elos hermanos enfrentados, así como de la relación con el dios bebé que nos sacan, guiados por un extraño método Stanislavski del actors Studio. Moisés y Ramses acaban ensalzándose en conversaciones donde la coherencia, cuando se consigue, es contrarrestada con réplicas sorprendentes que afectan a estados mentales y anímicos inesperados que se sobreponen unos a otros, tal como pudiera ocurrir en una obra supuestamente intelectual de una película independiente.
Así, por tanto por un lado tenemos lo que quiere el productor y a la adolescencia consumista con las guerritas y por otra lo que quiere el crítico gustoso de pinceladas de intelectualismo. Con ello intentan hacer algo más serio de un producto de puro mercado,.
Desde luego, un narrador que sabe contar historias como puede ser Ridley Scott es de gran ayuda para entretenernos y además usar elementos narrativos eficaces sin que perdamos ni un momento la atención, y esto se consigue. Resulta simpático ver como Ben Kingsley o Sigourney Weaver han sido contratadas para rellenar un hueco, hacer bulto en el elenco y atraer público pero, realmente, no tienen ningún papel en el filme, ni siquiera menor. Eso y ver a una española como María Valverde haciendo de Séfora nos hace pensar que la producción es de bajo presupuesto dentro del presupuesto medio de las películas de gran producción, puesto que a Kingsley y a la Weaver se le habrá pagado el día, que es lo que se tarda en rodar las escenas que tienen y, más allá de esos dos, nos queda sólo el Bale y la Valverde como verdaderos actores conocidos. (Y la Valverde aquí, que en América ni les sonará). Y por supuesto, Ridley Scott.
Ya digo que ,gracias a las habilidades narrativas de Scott, la obra llega a buen puerto, pero se le ven los hilos en cuestiones de ahorro, estrategias comerciales y su miedo a correr demasiados riesgos, jugando con factores y elementos que garanticen el éxito en el mercado.
Si no se es demasiado exigente y se quiere pasar un buen rato, e incluso se quiere obviar el rigor histórico, uno se lo pasa bien, siempre que con un amplio sentido del humor uno pase por alto las pretenciosidades bananeras de los diálogos y que, en algún momento, la película resulte algo lenta. En general entretiene, las actuaciones son solventes, suficientes, y el uso del niño como alter ego de Dios es un hallazgo ma non troppo, puesto que ya se ha visto en otras ocasiones. El maquillaje es bueno, oportuno, y si no se quiere extraer más agua de la que hay, uno se conforma. En general es una buena película, no lo vamos a negar. Que entretenga ya es más que suficiente. Acaso añadir que, gracias a la informática, los planos generales de Egipto y los barrios hebreos, nos ayudan a crearnos mentalmente un plano escenográfico que empasta la historia y ofrece un todo cómodo, descansado al espectador. Gracias a estos planos generales, cuando vemos la acción sabemos dónde se desarrolla y de ese modo la narrativa se apelmaza, construye un todo ligado que evita que las aventuras queden demasiado deslavazadas.
Tanto en la batalla contra los hititas, los preparativos en los extrarradios de Egipto del ejército hebreo, el incendio de las naves, el ataque de los cocodrilos o el ataque con flechas de fuego a los barcos, no son escenas que queden sueltas sino que pueden aglutinarse gracias al mapa mental que nos ha dado la informática con sus planos y ello, curiosamente, hacen de la informática y los efectos pasen a ser algo más funcional que meramente estético, y no queda relegada a la simple parafernalia de pirámides y estatuas mostradas gratuitamente.
Valoración: 6,30
Claro que, como siempre digo, depende del momento en que se vea. Si tu día ha sido agradable, la butaca es cómoda, buena compañía o si se ve en casa sin que nadie llame al teléfono con las piernas bajo el bracero, incluso podríamos llegar a darle un siete.
0 comentarios