Nos indignamos, sí, ¿y además de indignarnos, qué? ¿Sentimos rabia, asco?
Diga usted su nombre en voz alta. Ahí está usted, lo que es, ¿a usted le importa usted? ¿Se importa a sí mismo?
Rabia, asco, odio, tristeza, amargura, desolación por lo que ocurre fuera de usted. Ponga todo eso en una balanza y en la otra, usted, ¿qué pesa más?
Si la rabia pesa más, usted tiene todas las papeletas para convertirse en una marioneta manejada por los vendedores de indignación.
Porque una cosa es indignarse y otra sufrir al indignarse. Si sufre, anulará su persona según el producto de moda de ese día: un asesinato, unas jubilaciones, la mujer trabajadora… Aquella noticia que la propaganda interesada le lance como comida para pollos. Y es un pienso atractivo. Es ver el saco Nuga y todos aletean en sus jaulas de trivialidades políticas olvidando su yo. Pian lo que toca, cuando toca, lo que todos pían, opinando lo que todos. Los pollos se inmolan uno a uno por la causa social. Se aplauden unos a otros por hacerlo. El grupo es lo importante, no el individuo.
Pero si usted no sufre como los demás exigen, entonces usted… usted, señor mío, tendrá vida propia y ese será el precio, el desprecio. Usted obtendrá su vida no manipulada, suya, irremplazable, junto con su opinión, que puede ser distinta al resto.
Porque usted puede indignarse y ser feliz o cegarse con una rabia bien vendida que a la semana o mes pasará, cuando otra borrasca venga a sustituirla.
La rabia encapota matices. Si conserva la cabeza tranquila cuando todo es cabeza perdida, no se deslumbrará con la mentira más gruesa y vistosa. Siempre hay motivos para indignarse pero ¿al final? solo se saca ser feliz o permitir que el interés ajeno te coja por el cuello y te robe lo que más aprecias en el mundo, tú mismo.
También publicado en prensa local edición papel La Voz del Tajo de Talavera de la Reina 16 de marzo de 2018
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