Debo aclarar una cosa. Ni tengo relación con los actores, ni con la compañía ni les conozco ni les debo nada. Además quienes me conocen saben que suelo opinar con total libertad, incluso granjeándome enemigos a veces, porque cuando una obra no me gusta lo digo y digo por qué. Por fortuna, no tengo servidumbres, ni gano dinero ni me lo quitan, así que, aclarada esta cuestión, diré que ésta es una crítica no condicionada que va a sonar a peloteo, porque mi opinión es tan exageradamente buena que suena a falsa, parezco de la familia, pero es cierta. Digo lo que he visto. Como siempre. Según mi opinión.
Y empezaré diciendo que creía que eran profesionales. Luego me dijeron que no. Aún lo dudo. No reconocí a Fernando Ramos, que también participó en El Cerco de Numancia, pero me explicaron que era el único profesional allí. Sí, la gran sorpresa me la llevé al salir cuando me explicaron que no. Sin embargo, la compañía TEATRO DE PAPEL tiene esa factura.
La obra del pasado viernes 6 de mayo en Mérida tiene todo el cuidado, el esmero, el cariño, el ingenio, la limpieza en las actuaciones, la calidad, la técnica en los movimientos, en el modo de llevar a cabo la farsa y en el decir de los profesionales. ¡Que digo!, muchos profesionales tienen menos calidad que ellos.
LA DIRECCIÓN.
Sin que una cosa desmerezca la otra, enumeraré lo que me ha llamado la atención, siguiendo el orden. Lo primero la dirección. Porque si en el conjunto se acierta, el acierto, con ser de todos es principalmente del director.
La puesta en escena se debe a una sabia batuta de quien conoce todos los resortes y secretos del teatro. La razón de la calidad de los actores, la simpleza de la escenografía, todo está hecho estudiando las posiciones y juegos escénicos.
LAS ACTUACIONES.
Los actores se mueven con limpieza, actúan con limpieza, la farsa se ejercita con unos arquetipos muy definidos, extravagantes, atractivos y acertados. Todas están a la altura de los más grandes, ni uno solo se queda atrás. Es cierto que en farsa, los recursos son más fáciles, pero estos intérpretes son profesionales cuando dicen el parlamento, cuando sirven… no dejan un minuto de actuar, de estar en su papel y de ayudar al conjunto sin robar escena. Carecen de los «tonillos» típicos de los aficionados, modulan bien. Cuántos profesionales hay que no les llegan ni a los talones a estos grandes aficionados.
LA ESCENOGRAFÍA.
Una simple escalinata doble en el centro, al fondo, con unos tapices colgando de varas, dejan el escenario diáfano para que los intérpretes se muevan con pulcritud. Eso sí, tiene aspecto de haber costado an egg.
LA PUESTA EN ESCENA
Carreras por las escaleras, un triciclo y la escena del «gran turco» con coreografía de chilabas, música y humo… y sobre, todo un vestuario sorprendente y con gusto. Un aire extravagante, de farsa agradable, cercana a la iconografía de Tim Burton o Jean Pierre Jeurnet (incluso Claudio se da un aire a Dominique Pinon), jugando con muchos elementos, muchos recursos … pintar en una pizarra imaginaria… Tan sólo un par de fallos. ¿Acaso no se tapaban a veces unos a otros? Y, claro está, algo que vengo detectando desde hace tiempo. La sala Trajano debería afrontar dos inversiones: colocar monitores tras el foro, para que el sonido venga de atrás y eliminar los baffles frontales que se comen la voz del actor, y el sonido de las tablas… rechina demasiado la madera con alguna que otra clase de zapatos y la acústica del teatro lo acusa.
EL VESTUARIO.
Desde luego, el vestuario es quizá una de las características más sobresalientes. De igual modo, profesional. A destacar, el traje del Mamamusi, del del Gran Turco, con detalles bellísimos y, como teatral, el sombrero de mantis religiosa o casi de Alien de Dorimena (Granada Losan) que además se mueve como el insecto que representa.
LA TRANSFORMACIÓN DE PERSONAJES.
Gran cuidado se tiene en que, cuando los actores doblan, el espectador no los confunda. Así, desde el filósofo (Julio Galindo), con su vestuario y sus gestos de viejo que se transforma por completo cuando aparece como Dorante, Lucila, que se distingue de la marquesa Dorimena con el gran sombrero que dije, complementando con gestos de mantis… la criada haciendo de moro a su vez o el galán transformado en turco, todos se valen de recursos interpretativos muy vistosos y diferenciados, que hacen la obra muy atrayente.
JOURDAIN
Y, cómo no, destacar el papel del protagonista, Jourdain, que se mueve en escena con naturalidad, como si fuera su territorio. En realidad, todos son verosímiles pero especialmente Juan Antonio Lara. Tiene el fenotipo y es un pilar maestro que sostiene la obra con gran solvencia.
LA OBRA.
Evidentemente, EL BURGÚES GENTILHOMBRE debe verse haciendo una lectura histórica, puesto que la crítica de la época, hoy ha quedado obsoleta. Aunque siempre habrá vanidosos estafados, pero ahora con otros matices. Pero la farsa sigue funcionando, como juguete escénico. Este tipo de obras deben verse con esos históricos, no hacen reír excesivamente, es teatro de sonrisa, pero gusta como clásico.
CONCLUSIÓN
En definitiva una gran obra de TEATRO DE PAPEL, grupo al que no hay que perder la pista en propuestas futuras.
0 comentarios