Uno de los títulos recomendables para estas navidades es esta película en apariencia independiente, que cuenta con uno de los ingredientes fundamentales de las pelís independientes: las ganas de darse a conocer por parte de la productora y apoyarse para ello en una buena trama, buscando la calidad en el ingenio.
Basada en la novela Here Be Monsters! de Alan Snow, los box trolls plantean
la aventura de unos enigmáticos monstruos temidos por una sociedad anticuada y de costumbres rancias. Esta sociedad, situada en una especie de siglo XVIII, establece un toque de queda nocturno para evitar que los amenazantes seres rapten a sus hijos. Esto prejuicios convierten a la ciudad en un colectivo atemorizado. Es un tema clásico, tratado en muchas ocasiones, tanto en relatos infantiles como en novela o cine: los miedos inventados o injustificados de un tirano, los traumas colectivos sin fundamento acarrean la desgracia de los habitantes. Toda represión y tiranía se nutre de una imaginería monstruosa cargada de miedos. Estos miedos los crea el gobierno, bien por astucia, bien porque realmente el propio gobierno cree en esos monstruos. La necesidad de protección frente a tales entidades amenazantes e indefinidas sirve de justificación para reprimir al individuo. Esto puede verse en la historia (franquismo, regímenes totalitarios de toda índole, comunistas, populistas, capitalistas -macartismo-, etc). El miedo a la ideología contraria, a un ser desconocido convertido en animal perverso, es causa de la infelicidad del grupo, de una vida distópica y del establecimiento de normas de protección de obligado cumplimiento y leyes represivas. El tema es, por tanto, reconocible.
La película avanza siguiendo un desarrollo también conocido: alguien, (una heroína infantil en este caso) da un paso al frente rompiendo reglas y obediencia: (sale de casa de noche para conocer la verdad y los entresijos auténticos de estos engendros) Impelida por una fuerte individualidad y por una temeraria valentía, da un vuelto al estado de cosas, destruye miedos revelando una verdad no traumática. Desvelar la verdad a quienes se negaban a verla, conocerla o reconocerla, provoca un subtema interesante: la ambigüedad del bien. Al conocer la verdad (¿existe la verdad? ¡En los cuentos sí!) se descubre que aquellos que parecían buenos son malos y los malos, buenos. Como ironía, uno de los personajes se plantea continuamente esta cuestión, de forma cómica. Finalmente descubrimos que la ambición de Brigante, el jefe de policía, ha originado el auténtico mal y finalmente, de un modo contundente pero curiosamente evolucionado, se nos van dado pincelados del complejo estado mental de este tipejo. Es el clásico tema de la corrupción de la ley, individuos que tras su supuesta defensa del bien esconden intereses creados, cargadas de frustración. Todo ello forma un conglomerado interesante aunque conocido, pero que se ve como diferente en esta película y hace de Box Trolls una cinta cargada de matices.
Una película de stop-motion que además se ambienta en una especie de población provinciana del XVIII, como dijimos, que se eleva sobre una escarpada montaña, donde habitan los personajes a la usanza, entre lo absurdo y lo pintoresco, al estilo de Tim Burton, con extraños protagonistas como un rey que come queso y que pertenece a un extravagante clan de comedores de queso, al que Brigante ambiciona pertenecer.
La actuación de las figuras es atractiva, seductora y muy plástica. Hoy día se construyen personajes animados cuya actuación teatral es excelente. Así, Brigante se mueve con unos cambios de registros e intenciones que subyugan y emocionan.
Y no se pierdan el final, esa coletilla que ahora colocan tan a menudo tras los créditos finales. Nos habla de frescura, de mala leche y de espíritu joven y dinámico de unos artistas con muchas ganas de crear, ilusionados por hacer, trabajar y triunfar. Se han divertido haciendo la peli y eso se nota tanto a lo largo de la trama como en esta observación final donde los autores hacen un guiño al arte de crear, al teatro dentro del teatro y al tétrico panorama del artista. No se lo pierdan porque es descacharrante y a los que somos autores nos hace saltar de la butaca con una carcajada.
Una gran película, de las mejores que pueden verse para niños y, por supuesto, para adultos.
Valoración 9 sobre 10
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