Ha pasado un año. Que levanten la mano quienes siguen mirando el aceite de palma en las cajas de galletas. No veas qué broncas me llevé por escribir aquel artículo. Por Facebook y por la calle. Afirmaba que era una simple moda pasajera, no una auténtica concienciación. Que al cabo de un año nadie se acordaría.
Pues bien, el año ha pasado. Ahora ¿quién mira, él solito y por su cuenta, sin el refugio calentito de la masa detrás, el aceite de palma? Como falta la propaganda decimos: “bah”.
Nuestra memoria de mosquito no se ha vuelto a acordar.
Una vez aquellos ocultos intereses enigmáticos nos dejaron en paz, libres de la presión, comprendimos que si nos gustaban las Marbú Dorada, ¿por qué íbamos a renunciar?
Que si era un irresponsable, que si era veneno, que si había que colaborar con el granito de arena en el culo. ¿Cuántos siguen mirando solitos y por su cuenta, los ingredientes de los donuts ahora que las órdenes que recibimos de arriba han cesado?
Pues mire usted, se ha producido un fenómeno curioso. Si preguntas, resulta que nadie cayó en la trampa. “Yo nunca lo he mirado, ni antes ni ahora”. La gente afirma que ni siquiera hizo caso en su día.
Y eso porque no se me ocurre preguntar cuántos siguen releyendo a García Márquez, visitando a Velázquez, prohibiendo a sus hijos salir a la calle. Fueron otras propagandas. Miles de novelas de Gabo se vendieron el día que murió, cientos hacían cola en el Prado hace años, decenas se acojonaron con Ana Julia. Pasado el tiempo, ¿ya hemos olvidado esas conciencias de papel y miedos de cartón bien vendidas? Pero “no lo hicimos”, decimos, para no ser tachados de borregos, prosélitos de modas y consignas, de esa propaganda que mantiene a la gente pendiente de lo no importante.
Pero no se preocupen. Esperen sentados, que venderán más. Además, ¿este año no toca opinar de Franco?
(También publicado en prensa papel La Voz del Tajo 27 de julio de 2018)
Mi canal de youtube con audiolibros gratis:
0 comentarios