Desde que Fernando Trueba me abrió los ojos, el izquierdo se me ha ido muy a la izquierda y el derecho se me ha quedado estupefacto. Ya no sé si soy español o qué. No me conviene. Lo divertido es ver el modo en que algunos están en la encrucijada, pendientes del «qué dirán», dejándolo todo en el aire para no ser tachados de reaccionarios. Desde que habló, muchos se la cogen con papel de fumar porque ya no se trata de que la derecha se apropie del patriotismo y la izquierda se quede con las migajas de lo apátrida. Esto es un rien ne va plus. Hasta ayer, ser apátrida te daba un look erudito que te cagas por las bragas. Alguno reivindicaba un españolismo de izquierdas que rozaba lo «izquierdistamente incorrecto», pero la mayoría se quedaba mirando al sol, haciéndose el interesante.
Ahora Trueba mea y hay que decir que llueve, y dejar las cosas como están porque así eres más maduro. Yo creo que lo mismo han pensado en Cataluña. Pregúntele usted a un votante de allí si hubiese preferido el triunfo de Napoleón. Porque Trueba ha dado un paso. Ya no es apátrida, sino indiferente, antisentimental. Es un matiz fundamental. En el manual del buen progresista se permite poner verde a España (parece que la amas, al menos lo dejas en duda), también antiespañol (antitaurino, anticutre, antiflamenco… mola) pero ¿preferir que pierda Curro Jimenez? ¿Negar que los tours de Indurain ponían los pelos de punta? ¿y qué pasa con el Real Madrid? Lo de Trueba es tocar el corazón del sagrario patrio y a muchos les tiembla la mano. Yo les he oído emocionarse con el gol de Iniesta, ¿y ahora? Me miran sonriendo y se muestran muy dignos dejando que un silencio aparentemente inteligente les cubra las espaldas. Porque hasta Pablo Iglesias habló de empresarios patriotas. ¿Patriotas? ¿De verdad que usted desea la derrota de Gasol? No sé, no sé.
Publicado en prensa de papel (La Voz del Tajo- Talavera de la Reina) el 29 de septiembre de 2015)
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