Hay quien se pregunta cómo es posible que algunos de los que se encontraban en El Prado cuando aquel toro se escapó, estuviese más preocupado en hacerse selfies que en salvar su vida. Y es que la vida parece importante en la medida en que nos hacemos ver. En una sociedad donde todo vale porque el mérito no está en el mérito sino en el éxito, acaso valga la pena morir a cambio de nada. Porque puedes dedicarle cuatro años o diez o quince de tu vida a un proyecto extraordinario y, finalmente, tu labor se perderá en el maremágnum de la red social donde un perro vale lo que una cucaracha y una cucaracha lo que un caballo. Un golpe de inspiración es la excusa para dar por válido cualquier mierda. La vendemos en un clic y, con las mismas, se esfuma. ¡Es la inspiración, por encima de los codos, de los días sin sueño, la sagrada inspiración! Porque, al final, todo trabajo, bueno o malo, será olvido. Nadie sabe diferenciar, así que, ¿para qué esforzarse?
Necesitamos, pese a todo, ser reconocidos por algún valor y nos inventamos nuestra propia calidad, para dar sentido a nuestra existencia. Pero si hemos de elegir entre años de sacrificio o un brochazo de un minuto, elegimos el brochazo para adquirir nuestros quince minutos de gloria, porque vale sólo eso, un minuto. ¿Pintar las Meninas, para que al final cuelguen en el Prado el gurrapato de un crío? Eso nos enseñan: ¿A qué deslomarse? ¿Quién juzga? ¿Quién sabe? ¿Cuánto dura? Y nos enseñan que más vale estrellar un avión en los Alpes si quieres ser recordado que ser el mejor escultor de la provincia, que a nadie le importa una mierda tus esculturas. Así que, ¿cómo no va a ser preferible hacerle una verónica a la muerte con el instagram, si sólo cuesta un chasquido y te exonera de cuarenta meses recopilando poemas para un libro que a nadie le va a importar un carajo?
Publicado en prensa de papel (La Voz del Tajo- Talavera de la Reina) el 26 de mayo de 2015)
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